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Es una obviedad que las nuevas tecnologías, convertidas y entendidas como recursos y herramientas, nos permiten mejorar en nuestro trabajo como diseñadores industriales. Mediante ellas hoy proyectamos de forma mucho más ágil y eficiente incidiendo positivamente en el resultado de los productos, sean del tipo que sean.
En términos generales esto supone lograr una mayor satisfacción de los usuarios, renovar más -y de mejor forma- los mercados y mejorar las sociedades, por qué no decirlo. Mejoramos con ellas y ellas mejoran con nosotros.
Estas tecnologías y recursos evolucionan paralelamente con una industria que debe procesarlos a una gran velocidad. En este sentido existe una constante innovación y actualización que nos permite lograr soluciones cada vez más rápidas, más eficaces y lógicamente mucho más seguras.
Toda esta “modernización” y adecuación de las herramientas deriva en una mayor optimización de los proyectos de diseño industrial, tanto en los tiempos de realización como en los recursos económicos destinados a ellos porque mejora -que no prescinde- algunas fases que hasta el día de hoy se abordaban de forma muy manual, eran muy costosas e incluso ofrecían poca garantía y/o escasa solicitación técnica.
El diseño industrial carece de sentido sin una industria que lo necesite y sin mercado que demande sus resultados. De esta forma, sólo existe si está circunscrito a estos dos agentes. Quizás por esto la revisión continuada de las herramientas debe también englobarse dentro de este marco por lo que deberíamos ir tomando consciencia de que responden a leyes de mercado.
Con esto quiero decir que la mayoría de estas nuevas herramientas (softwares, impresoras, tabletas, ...) son en sí mismo productos. Productos independientes que compiten entre sí con sus homólogos y que se nos venden principalmente, más que por una aportación de mejora en la creatividad para el diseño, por su facilidad de uso, por su poder de marca, servicio, precio y sobre todo por el esquema de procedimientos y de tiempos que representan dentro de las empresas y los procesos de desarrollo. Es decir, de entrada nos hablan más de productividad, competitividad y rentabilidad que de otra cuestión.
Entendiéndolo así dispondremos de la suficiente lucidez para ver que más que motivar la creatividad del diseñador, que debe fomentarse, bajo mi humilde punto de vista, con otros recursos y/o estímulos, muchas de estas herramientas tienen como fin único y concreto el de aportar valor real y directo al mercado. Un mercado que muchas veces es el suyo propio. De manera que suelen buscar de forma franca la minimización de los tiempos de ejecución de los proyectos, unos resultados mucho más racionalizados y una mayor productividad.
Podemos entender, ante esta sumisión total al mercado, que no todo es tan ideal y sencillo como pudiera parecer y como muchas veces se nos presenta. Y si bien es cierto que estas herramientas permiten mejorar nuestro trabajo, nadie lo va a discutir hoy día, y que en la actualidad son ya indispensables, debemos saber también que todas estas herramientas mal usadas y mal entendidas nos permiten caer en la más absoluta mediocridad y/o en el mayor de los “sin sentido” como diseñadores, por lo que deberemos tener siempre muy claro cómo deben utilizarse, cuando y con que finalidad.
O empezamos a otorgarles a esas herramientas la adecuada función que tienen dentro del diseño o dominarán por completo nuestros procesos y los resultados. Es así se simple. Por ello es necesario tener clara su finalidad y no olvidarnos de que el diseño industrial es un “proceso intelectual" en el que, hoy por hoy, poco pueden aportar las máquinas en ciertos aspectos.
Este breve comentario nace por el hecho de que bastantes diseñadores, normalmente con poca experiencia, jóvenes y/o recién salidos de las universidades , "mal-usan" este tipo de tecnologías tomándolas por constumbre como meros lápices, cajas de colores, modeladores, rotuladores, etc… Lo que incide negativamente en sus procesos de diseño industrial y provoca cierta deformación metodológica.
Pagan un elevado peaje. Caro les sale el uso de las tecnologías, en este sentido, porque derivar tiempo y esfuerzo a sustituirlas por otro tipo de procesos más adecuados es no saber extraerles el máximo partido.
Septiembre de 2010