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Aprovechando que acabo de venir de París así es como describiría la magnífica y única Torre Eiffel. Y es que desde que uno pisa la ciudad puede, desde casi todas las calles, observar la puntita de acero que se abre camino por encima de los edificios con el deseo de tocar el cielo.
Por eso creo que a muchos, desde el instante en que pisamos París, nos empiezan a nacer unas ganas irresistibles de entrar en contacto con ella convirtiéndose, más allá del Sena o cualquier otra cosa, en el nuevo punto de referencia de la ciudad.
Imagino que existirán cientos de formas de descubrir la magnitud de la obra pero yo la descubrí bajando desde Trocadero desde donde se me presentó elegante, sobria, estructural con toda su magnificencia, en el sentido más positivo y humilde del término.
Cómo ante todas las grandes obras de la humanidad, y no me refiero a su tamaño aunque esta obra es poderosamente grande (más de 300 metros de altura), uno se siente pequeño, insignificante, minúsculo. Así que allí, sin ser realmente nada, uno observa y recorre de arriba a bajo, hipnotizado, las miles de toneladas de acero y perfiles prefabricados que se conjugan entrelazados, remachados, atornillados los unos con los otros, piso a piso, metro a metro, para hacer realidad el sueño de su diseñador Eiffel con motivo de la exposición universal de París en 1889.
Exposiciones universales, las de aquellas décadas de finales del S.XIX y principios del S.XX que tanta influencia tuvieron seguramente en la industria y el diseño industrial "moderno".
Desde el otro lado del atlántico H. Ford irrumpiría en 1903 con un nuevo concepto de industrialización y de producción que también cambiaría para siempre el panorama de la industria y de los productos. Y muy poco tiempo después Alemania viviría con júbilo el nacimiento de la Bauhaus en 1919 marcando para siempre las bases y el camino teórico del diseño industrial.
Como diseñador industrial y aunque la Torre no sea específicamente una obra de diseño industrial, aunque bien podría serlo por muchos motivos, ya sea delante, dentro o en la mágica cima de la Torre Eiffel uno toma consciencia de lo poderoso que puede resultar lo artificial, es decir aquello pensado y realizado por el ser humano y ante esa contemplación uno entiende que la cultura de todo un pueblo pueda albergarse en forma de alma dentro de un objeto.
Creo que a otra escala, pero con mismos efectos, los diseñadores industriales hemos ido creando un entorno artificial que más allá de los usos y funciones se ha convertido en la representación de una sociedad y de un pueblo siendo capaces de dotar de alma, de vida e historia a muchos de nuestros objetos cotidianos.
Y si bien cualquier paisaje o entorno natural es poderoso por la capacidad que tiene la naturaleza de armonizar los contextos y porque desde lo más innato e instintivo estamos programados para tener cierta capacidad de admirarlos, las obras artificiales creo que tienen de poderoso que representan y muestran lo más profundo del ser humano y su afán por crear y mejorar la vida y las sociedades.
Agosto de 2010