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Últimamente leo en muchos foros de diseño, artículos de revistas, periódicos y otros medios, la necesidad de que los procesos de diseño, más concretamente en el caso del diseño industrial, tenga en cuenta y contemple el medio ambiente.
Esto viene a decir, más o menos, que los diseñadores debemos proyectar productos consecuentes con el entorno, que sean fácilmente reciclables o reciclados y que minimicen, en medida de lo posible, el impacto medioambiental utilizando materiales y tratamientos adecuados, estructurando elementos de tal forma que sean fácilmente desmontables, identificando partes, teniendo en cuenta el ciclo de vida de los productos, etc...
Pero, ¿Acaso no siempre trabajamos con estos condicionantes fijos en cualquier proyecto?.
Este aumento exponencial de noticias al respecto advierte, y perdonar que reitere nuevamente pensamientos, la mala estructuración del diseño y lo que se entiende de él (o desea hacerse entender) fuera de nuestro más estricto ámbito profesional.
Ya en los años 90, cuando yo mismo estudiaba diseño industrial la disciplina tenía implícita todas estas inquietudes medioambientales y se trataban mediante la correcta selección de materiales, la minimización de los recursos, la optimización de medios y su uso consecuente, la estructuración de los productos que debían ser desmontables, reducidos, etc… y un sinfín de procedimientos que debían incorporarse al proceso de diseño y que permitían productos sostenibles.
Así que este tipo de políticas “verdes” que se intentan anexar ahora al diseño como procedimientos novedosos e incluso en forma de especialización, como por ejemplo el ecodiseño, no es más que otro absurdo que nace en el mar del descontrol y la ausencia de regulación a la que está sometido el diseño industrial.
Si hoy día aun se fabrican productos no respetuosos con el medioambiente o no sostenibles no es en absoluto porque el diseño industrial no tenga implícita esta consideración en su proceso sino que más bien responde a una mala praxis de diseño industrial. Una nefasta práctica, a mi entender, que por desgracia realizan aun muchos profesionales, seguramente incitados o motivados por la inexperiencia, la comodidad, o las industrias, que les imponen ciertos condicionantes, aunque esto no les exime lógicamente de la responsabilidad que como profesionales tienen con la sociedad.
Consideremos que el diseño industrial busca, como fin idealista, la mejora de las sociedades y el mayor bienestar de los individuos en relación con su entorno artificial y por ello es contrario, ya desde su propia concepción, a fomentar mediante sus resultados productos que permitan el deterioro del entorno natural humano en cualquier sentido y medida. O por lo menos, no sin intentar minimizar su impacto. Además existe un código ético profesional que debería prevalecer siempre por encima de otros intereses.
Podemos concluir que el diseño sostenible, el ecodiseño u otras etiquetas modernas, no son más que recursos que les permiten venderse mejor a ciertos profesionales y empresas pero son conceptos que se incluyen, por defecto, en cualquier proceso de diseño industrial llevado a cabo con rigor o mínimamente bien llevado.
Empecemos a defender un poco nuestra profesión y lo que se dice de ella de forma indiscriminada y no permitamos que foráneos interesados y/o profesionales avispados intenten desinformar a la sociedad y al mundo empresarial acuñando constantemente conceptos mercantilistas que arriman a su jardín.
Todo es mucho más sencillo.
Agosto de 2010