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Todo proyecto de diseño industrial se articula de forma central sobre una idea y/o concepto que tiene como propósito ofrecer, a través de un objeto, una nueva e/o innovadora solución al respecto de una necesidad normalmente funcional. Un objeto que debe conectar con unos usuarios establecidos, integrarse en un mercado y aportar unos valores concretos derivando así en lo que entendemos por “producto”.
Pero pese a que podamos cumplir con nuestro proyecto todos estos requisitos, muchas veces, el diseño no pasa del primer estado. Es decir, del de la ideas. Y es que por desgracia, por muy buenas que éstas sean, por si solas no nos garantizan nada.
No descubrimos nada nuevo si decimos que serían incontables la cantidad de proyectos brillantes que nunca ven la luz. Proyectos que no han logrado, desde los primeros estadios, congeniar y/o conectar con el cliente quedando relegados a la oscuridad de un cajón.
Seguramente muchos de nosotros, como diseñadores, nos hemos preguntado muchas veces donde reside entonces el "éxito" de un proyecto. Es decir, ¿Que es lo realmente determinante para que el cliente quede cautivado por nuestro diseño? ¿Hay algo concreto que hace que un proyecto tenga más posibilidades que otro?
Y lo más importante; ¿Puede controlarse?
Cuestiones totalmente lógicas y naturales si consideramos que el “éxito” del proyecto, en este sentido práctico al que se alude, garantiza nuestra propia supervivencia como profesionales.
Cuando hablo con otros colegas parece que somos muchos –más de lo que podía imaginar- los que hemos buscado esas fórmulas mágicas que presuntamente aproximan nuestro trabajo a un nivel donde todo ha de encajarle al cliente. Un umbral de resultados donde el “éxito” esté garantizado o por lo menos más garantizado. Partiendo siempre de la base, claro está, de que la idea –objetivamente- está a la altura del proyecto y de la demanda del cliente.
Lamentablemente debo decir que, tras años de esfuerzo y de experiencia, no he logrado aun resolver estas preguntas. Ni tan siquiera se si existen estas fórmulas magistrales o son en realidad paraísos perdidos como “El Dorado”. En cambio si que he descubierto que existe una “liturgia” a seguir en el proceso de diseño que parece mejorar notablemente las probabilidades y que nos pueden ayudar a llegar a ese nivel donde el cliente se compromete más cómodamente con el proyecto.
Esa “liturgia” de la que hablo se basa sencillamente en cuidar -y hacer notable y evidente este cuidado ante el cliente- la calidad de la totalidad de los aspectos y recursos que componen el proceso de diseño industrial.
Es decir, nada tiene que estar improvisado y todo tiene que armonizarse a la más elevada calidad. Desde la misma generación de la idea hasta la presentación de la propuesta, pasando por la totalidad de la documentación que generamos. Incluso la gestión de proveedores, la comunicación con el cliente, el propio trato, las llamadas, los mails, las reuniones, (…) TODO. Todo debe someterse, de forma exquisita, a la comunicación de esa calidad del trabajo.
Y, ¿Cómo se hace eso?. Trabajando al máximo nivel en todos los niveles, valga la redundancia. Sobre esto no hay muchos más secretos que la exigencia, la exigencia y la exigencia con uno mismo.
Así que parece que el tópico tan utilizado en diseño de: “No solo debe serlo sino parecerlo”, acaba derivando en una realidad porque es mediante esta “teatralidad azarosa” que el diseño industrial motiva en el cliente tres sentimientos básicos y fundamentales para el “éxito”de todo proyecto. Como son la ilusión, el compromiso y la confianza.
Consideremos que solo a través de la percepción evidente de un trabajo bien hecho logramos, sin atender a la suerte y con ciertas garantias, hacer nacer estos sentimientos en el cliente. Emociones determinantes cuando valore nuestro trabajo porque el proyecto, desde ese instante, pasará a ser entonces el suyo propio.
Es así de sencillo y a la vez así de complicado... cómo muchas otras cosas cuando hablamos de diseño industrial.
Reconociendo la ausencia de fórmulas es bueno, por lo menos para aquellos que no confiamos mucho en la suerte, tener en cuenta que no solo debemos trabajar al máximo sino que el nivel logrado debe de percibirlo siempre el cliente a través de los gestos y los recursos aportados. Lográndolo os garantizo que subirá el porcentaje de proyectos que pasan del estadio de las ideas.
Octubre de 2012