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Hace tiempo que quería escribir esta reflexión sobre la sorprendente proliferación del sector del prototipado o la impresión 3D pero no he encontrado el momento hasta ahora. Aunque hoy tiene, si cabe, más sentido después de las últimas –y lamentables- noticias aparecidas al respecto.
Desde hace más de 12 años vengo utilizando este tipo de tecnologías para acometer de forma más ágil, más precisa, más económica y más rápida algunas fases de prototipado en el proceso de diseño industrial.
Debo decir que siempre he contemplando este tipo de recursos exclusivamente como una herramienta más.
En este caso concreto no es más que un mero instrumento al servicio del diseño industrial. Exactamente igual que lo fueran “ayer” el ordenador, las impresoras tradicionales y todos los “aparatos” que nos han permitido diseñar de forma más rápida y eficaz a lo largo de estas últimas décadas.
Creo que como diseñadores debemos entender todos estos nuevos elementos normalmente como un medio y nunca como un fin. Aunque desde ciertos estadios se intente cuestionar el futuro de la producción, del diseño y del propio sistema.
Las herramientas y/o los avances tecnológicos en este sentido no suelen ser normalmente un sustitutivo de algo, es decir que no inventan alternativas radicales sino más bien suelen acabar siendo una nueva forma de entender una misma acción o un proceso ya existente.
En esto coincidiremos la inmensa mayoría porque este es un discurso común que defiende que el diseño industrial, reconociéndolo como una actividad intelectual por encima de todo, parte siempre desde el diseñador como persona y como profesional. Y este origen, exclusivamente humano e interno, no es (y dudo que lo sea algún día) reemplazable.
Marcada la obligada línea que ubica el germen del proceso del diseño industrial en el ser humano, entendido como un ser vivo racional que posee la capacidad "exclusiva" de adquirir unos conocimientos concretos y de aplicarlos, generar ideas, materializar conceptos y realizar discursos más allá de lo físico, quedan extinguidos todos los debates al respecto de si algún día el diseño industrial podrá ser o no planteado por máquinas y/o abordado por usuarios particulares sin conocimientos específicos sobre ciertos ámbitos o disciplinas. Hipótesis que parecen plantearse desde el mercado sin ningún tipo de reparos y con total ligereza.
Bajo esta convicción sólo puede entenderse la increíble promoción de estas tecnologías si está sujeta y amparada por una estrategia puramente de mercado. Es así de simple. Y creo que pensar otra cosa es probablemente engañarse.
Sin restar mérito alguno de lo que pueden aportar -que es mucho- si que debemos ser exigentes con los mensajes del mercado. Esos mensajes que dibujan una realidad deformada y un futuro nada alentador, por lo menos para mi, aunque pueda parecer totalmente fascinante.
Esa es la crítica que debemos hacer desde el diseño industrial como parte implicada en la creación de objetos. Y es en realidad lo que motiva la reflexión. Considero que el diseño, como agente económico y social con una clara responsabilidad sobre el planteamiento del entorno artificial del hombre, debe postularse al respecto con mucha precaución.
En la actualidad las impresoras 3D son un recurso asequible para un público muy general. Casi podemos decir que están siendo encaradas al ámbito doméstico y que suponen, o eso pretenden hacernos creer todos aquellos que tienen importantes intereses sobre el producto, una suculenta cota de mercado más allá de un ámbito profesional.
Hoy es ya un producto incluso más económico que una buena lavadora. Una tecnología que lógicamente cautiva a los potenciales e imaginativos consumidores por sus increíbles posibilidades (de las que nadie duda, reitero) siempre bajo el viejo -y también siempre efectivo- lema de: “Hágaselo usted mismo”.
Se habla abiertamente, y cada vez más, de la posibilidad de imprimir comida, imprimir los edificios del futuro, de imprimir tejidos orgánicos, de imprimir y replicar las propias impresoras y/o sus elementos. Parece que no existe límite en las propuestas. Y lo peor de todo es que son cosas posibles y muchas de ellas ya existentes. Posibilidades que parecen acercarse al usuario "de a pie".
Ahora bien, del avance teórico a la normalización con fines concretos siempre existirá, o así debería ser, un filtro humano.
Se nos vende, reitero porque aquí está la clave; SE NOS VENDE un mundo futuro donde el usuario -sin otro tipo de condición- podrá imprimirse sus zapatos, sus objetos y/o utensilios, sus…
Pero estas posibilidades y/o afirmaciones deberían suscitarnos, de entrada, un sinfín de preguntas, tales como por ejemplo:
¿Quién diseñará esos objetos? ¿Es posible esto sin un cambio de modelo y de mentalidad? ¿De que material serán esos objetos? ¿Cómo sabremos que cumplen con la calidad exigible a la que se expone un producto regulado por un mercado? ¿Cuánto se tardará en hacer un objeto? ¿Quien decidirá si es moral o no replicar de esta forma? ¿Saldrá a cuenta imprimirlo o será mejor aun comprar ciertas cosas? ¿Dónde quedán los derechos de autor y la propiedad intelectual? ¿Cómo se supera la barrera definitoria entre prototipo y producto? ¿Cómo gestionará el mercado las tendencias? ¿Es posible que el mercado se debore a si mismo? ¿Podrán comercializarse las piezas que cada uno realice? ¿Es viable un usuario-productor para un sistema económico y social de futuro? ¿Esto supone el fin de las tecnologías actuales? ¿Cómo regulará el propio mercado y las empresas tradicionales esta competencia privada? (…)
Muchas preguntas. Demasiadas diría yo. Algunas de ellas además de dudosa respuesta para la subsistencia del sistema que nos hacen entender que descontextualizar esta tecnología de la investigación o de aquellos sectores en los que ésta supone ser una herramienta imprescindible y eficaz, como lo puede ser el diseño industrial, es un error y una utopia con una clara intención de mercado. Por lo menos en este momento y de esta forma.
Existe un filón y el mercado, como siempre, está listo para sacar partido. Si sumamos, a este afán intrínseco de los mercados de generar beneficio, al soporte que siempre necesita la investigación tecnológica para avanzar más rápidamente, tenemos la “bomba de relojería” en la que estamos actualmente sentados. El nacimiento, así lo pienso personalmente, de una burbuja en toda regla.
Seamos sensatos. Centremos bien nuestra atención en lo que realmente importa y podremos ver que en realidad es -formulado como se formula- una vieja y conocida ciencia y ficción.
No es menos cierto y lo debemos decir, que tal cual se plantea no es un futurible inalcanzable desde un punto de vista técnico -reconocemos todas las posibilidades y ventajas del sistema- sino más bien alberga una barrera y/o impedimento humano, como antes he dicho. Profundamente humano, matizaría ahora.
Este tipo de cuestiones, ampliamente explicadas en la literatura o en el cine, nunca salieron bien. Son historias con finales tristes o retornos a puntos iniciales. Son historias con moraleja. Recuérdese, por citar solo dos ejemplos, Frankiestein o “Yo robot”. Y si nunca salieron bien cuando eran simple ficción imaginemos como acabarían siendo una realidad.
Sigo pensando que el ser humano necesita un mundo humano. Incluso ahora más que nunca. Y lo necesita por una cuestión básica; las emociones. Reconocerse como humano.
Esas emociones que el diseño industrial y todo el proceso ajeno al usuario, pero realizado para y por él, puede ofrecer en este sector.
¿Donde quedará la emoción de descubrir y el deseo de tener un producto bien pensado, bien desarrollado y bien fabricado? ¿Dónde quedará la satisfacción de acercarse o ser afín a una marca concreta? ¿Qué será el ser humano sin cultura?...
Reconozcámoslo, hoy nos seguimos emocionando cuando tocamos una maneta de puerta con un tacto agradable y un funcionamiento exquisito. Seguimos fascinándonos cuando un objeto conjuga inteligentemente diversos materiales y acabados. Hoy seguimos rodeándonos de objetos porque nos hablan de nosotros y de nuestra sociedad. Hoy recurrimos al diseño industrial para solventar una necesidad funcional pero también para entender y vivir la cultura. Y todo esto es –y será así por mucho tiempo- una labor siempre de equipo, de grupo. De unos que piensan para otros, otros que piensan para aquellos y todos comparten.
Es aquí donde reside el fundamento ante el que chocan frontalmente este tipo de planteamientos y/o futuribles. El ser humano sigue pensando en sus semejantes y valora, por encima de todo, lo que viene de sus iguales con un significado concreto que permite sentir emociones. Emociones compartidas. Y eso es diseñar y diseñar es humano....
Espero por esta razón que sigan existiendo por muchos años diseñadores y usuarios como dos entes realmente diferenciados. Dos personas diferentes formando un solo equipo con la industria como intermediaria y el mercado como canal. Reconozco que el sistema puede mejorarse pero apuesto por él antes que por un cambio de rumbo radical.
Podría pensarse que la reflexión peca de una visión retrógrada o excesivamente tradicionalista en este tema pero en realidad no es así. Valoro el aporte tecnológico que supone este recurso. Más aun cuando éste se integra dentro del proceso de diseño industrial (en nuestro caso) y supone una mejora en todos los sentidos. Este es sin duda el futuro. No quiero decir lo contrario. Esta reflexión tan solo pretende cuestionar las formas y los excesos del mercado por rentabilizar un producto a través de mensajes erróneos que se utilizan sometidos solo a una estrategia y en deprimento de toda una disciplina.
Mayo de 2013