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En los países desarrollados los periodos económicos nos suelen llegan en forma de dos grandes ciclos; los de bonanza y los de crisis. Y entre ellos un constante devenir entre el declive y el auge.
Por desgracia un estadio intermedio que bien podría entenderse como ideal, a partir de una economía progresiva sin crecimientos exponenciales, desmesurados y/o descompensados que evitaran caídas y subidas tan pronunciadas con sus terribles consecuencias, parecen difíciles de aplicar o no tener cabida en el sistema actual.
Durante los ciclos de bonanza las preocupaciones se disipan. Parecen no existir. Sin embargo, como es lógico, durante una crisis el pensamiento cambia. Se toma contacto con una nueva realidad y se produce, tarde o temprano, la aceptación colectiva de que el sistema ha fallado.
Se empieza a reflexionar -también de forma colectiva- sobre como sortear la crisis y como evitarlas en el futuro. Empezamos a desestimar y a cuestionar abiertamente todo aquello que pensamos que "vivía" sin razón a costa de un espejismo.
De esta forma una crisis es una etapa social sucedida de cambios importantes donde la reflexión, el análisis y la búsqueda de soluciones centran, aun más si cabe, la mayoría de los esfuerzos.
Lógicamente este es solo un viaje hasta la próxima crisis. Es ingenuo pensar que lograremos soluciones perfectas y lo es aun más creer que éstas serán para siempre.
Desde el diseño industrial también toca pensar y hablar en clave de crisis. Por desgracia en la actualidad miles de pequeñas y medianas empresas aun son ajenas al diseño. La tradición de hacer las cosas de una determinada manera –la manera en la que se han hecho siempre- ha marcado la poca evolución de las mismas en este sentido. Pero en un mundo mucho más interrelacionado donde todo va hacia delante y donde la evolución humana, social y económica marca los ciclos, estas formas de entender la empresa, en su inmensa mayoría, ya no sirven. Están destinadas a la extinción principalmente porque son estructuras muy rígidas donde es muy difícil incorporar la flexibilización que necesitan ciertas soluciones pero sobre todo porque la criba de cada ciclo de crisis se lleva por delante a un gran número de ellas.
Estas empresas son las primeras que sufren el azote de la competitividad pero también de la productividad. Sus productos no pueden competir en los mercados exteriores y además, por lo general, su propia organización y fabricación suponen un esfuerzo que las desangra lentamente. Es su propio "estancamiento mental" en la forma de hacer las cosas lo que las ahoga.
El diseño industrial ES (es hora de hablar con convicción) el elemento natural que puede modificar esas rígidas dinámicas y acercar a las empresas al mercado y a los usuarios de forma más precisa y eficaz. De dotar a estas empresas de las armas necesarias para abrirse camino en un tablero de juego donde las reglas cambian constantemente.
Solemos hablar y oír mucho sobre la innovación y el valor competitivo que incorpora el diseño industrial a los productos –cosa muy cierta- pero solemos hablar muy poco, o apenas nada, sobre la enorme incidencia positiva que puede tener en la productividad. Un elemento que también es fundamental para la supervivencia de las empresas.
En términos divulgativos probablemente es desde esta óptica, que ha sido mucho menos explorada en relación al acercamiento del diseño a las empresas, con la que podemos tener nuevas oportunidades para llegar a ellas. Entonces, ¿Por qué la divulgación y la promoción del diseño no va en esta línea?
Podría decirse que ambas cosas –competitividad y productividad- están directamente relacionadas pero parece que el diseño industrial, hoy muy desmembrado, se centra exclusivamente en la competitividad. De esta manera se le da más importancia al resultado que a la manera de lograrlo. Con esta visión fragmentada aceptamos erróneamente que la productividad se referiría más a la gestión del diseño o incluso a la ingeniería que al diseño propiamente entendido. Hemos desmenuzado las funciones del diseño y con ello hemos perdido una gran capacidad de respuesta.
Una característica de los dos grandes ciclos económicos citados al inicio es que vienen acompañados también por dos grandes tendencias estructurales. En época de crisis todo se fragmenta. Las empresas se hacen más pequeñas. Todo se intenta hacer más controlable y lógicamente fiscalmente también más rentable. Pero esta escisión no conlleva necesariamente mantener la importancia de las partes suponiendo, a la fin, un gran problema.
En el otro lado, inmersos en ciclos de bonanza, todo tiende a unificarse y hacerse más grande.
Tendencias que se extrapolan a muchos otros ámbitos sociales y también, visto lo visto, al diseño industrial que no es ajeno a esta coyuntura socioeconómica y/o las corrientes de opinión. Aunque en nuestro caso, bailar al son de los aires económicos, no es más que el precio que tenemos que pagar por no disponer de una teoría propia, clara y definida.
Siempre he defendido que al diseño industrial precisamente no le sirve de mucho esta fragmentación y/o la hiper-especialización, menos aun durante las épocas de crisis. Con esta estructuración pierde una visión general que, en el caso de atender a las empresas que más sufren, resta efectividad. Y es que de nada sirve lograr competitividad si dejamos al margen la productividad de las mismas.
Hoy el diseño industrial debe seguir manteniendo una visión general que incluya todos los factores y todas las etapas que entran en contacto con el desarrollo y la fabricación de un producto, desde el software que se utiliza para diseñar, influyendo de esta forma en los tiempos y mejorando las gestiones, hasta la mejora de los procesos, materiales, tecnologías y la minimización de todo tipo de acciones, operaciones y posturas costumbristas.
Debemos lograr una visión general de todos los factores económicos que hacen latir el corazón de toda empresa, por pequeños y/o nimios que puedan parecer, y que permiten que el diseño industrial actúe realmente como una herramienta clave, tanto en la competitividad como en la productividad. Dos caras de una misma moneda de la que debemos empezar a hablar si queremos ser creíbles en el seno empresarial de las PYMES.
Pienso que nos sigue haciendo mucha falta llegar a las empresas. O mejor dicho hacerlo con mayor credibilidad. Es muy ingenuo pensar que éstas no conocen el diseño por lo que hablarles de competitividad y productividad, como valores tangibles principales, podría darles una nueva visión de nuestra disciplina. Una que mereciera realmente su aprobación y la apuesta por el cambio.
Septiembre de 2013