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Hablando hace unos días con un estudiante de diseño industrial (espero que futuro colega) y percibiendo en él cierta envidia sana por lo de divertido y creativo que entendía tiene el trabajo de un diseñador industrial, tuve a bien advertirle de que una gran parte del trabajo que desarrollamos los diseñadores no es en realidad tan ligero como parece y que es bueno que empiece a entender el diseño industrial en toda su amplitud si no quiere llevarse a engaños en el futuro.
Y es que en la trastienda del diseño industrial se esconden muchas cosas, entre ellas días grises de los que nadie suele hablar, más bien precisaría que son muchos los días de trabajo pesado y reiterativo que vivimos los diseñadores. Nuestra profesión está integrada dentro de un mercado que no es diferente a muchos otros donde las prisas y las tensiones son el pan nuestro de cada día.
Son largos días de un trabajo preciso que requiere toda nuestra concentración con la actitud de un operario eficiente porque tras las entregas conceptuales de los proyectos que presentamos al cliente -quizás la parte más atrayente para los neófitos- los diseñadores debemos preparar normalmente y muchas veces a contrarreloj, un cúmulo considerable de información técnica de gran responsabilidad; planos, estudios de viabilidad, informes de producción y fabricación, análisis de tecnologías, memorias, informes de testeo de prototipos, cálculo de costes y un largo etcétera.
Por si fuera poco, luchamos además constantemente con las peticiones particulares de los diversos departamentos de las empresas que nos obligan hacer juegos malabares para contentarlos a todos e incorporar a nuestro diseño todo aquello que desean. Y no hablemos de las peticiones de última hora, que se han de incorporar dentro del plazo dado, que obligan a revisiones constantes cuando el trabajo estaba casi listo. A muchos todo esto les sonará bastante, ¿verdad?
Pienso que es bueno, considerando que algunos estudiantes de diseño industrial tienen una imagen algo distorsionada e idílica de la profesión, trasladarles que no se queden en las apariencias, que ésta no es una profesión tan superficial como parece y que, como en la gran mayoría de profesiones, tengan o no un componente creativo, las etapas donde hay que arremangarse, ponerse el mono e hincar los codos suelen ser más largas y prolongadas que aquellas donde se disfruta de la gestación del propio proyecto.
Tomar consciencia del trabajo del que somos responsables es en última instancia lo que nos definirá como profesionales pues es aceptar la disciplina en toda su magnitud.
Un profesor mío decía que:
- “Ser buen profesor es venir cada día a clase y soltar año tras año, clase tras clase, grupo a grupo, el mismo rollo. Un rollo que me se de memoría sobradamente. Lo fácil sería salirse por la tangente, explicar batallas o decir lo que se me antoje pero eso no beneficiaría a mis alumnos y me definiría como un pésimo profesional.”
En diseño también tenemos que asumir la rutina y las labores que no nos gusta hacer especialmente porque el diseño es lo que hay delante y lo que hay detrás. Por lo menos yo lo veo así.
Pero el diseño industrial es también y ante todo una profesión de lo más enriquecedora, gratificante y divertida, no me entendáis mal, “al César lo que es del César”, pero es importante no perder jamás de vista la realidad.
Este pensamiento se ha generado para el blog Experimenta pero lo cuelgo aquí por si vienes desde otros sitios.
Enero de 2011