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Desde hace unos años, más concretamente desde que el diseño industrial se incrustó en las escuelas de ingeniería, parece totalmente natural (hasta el punto que resulta inverosímil que pueda ser de otra manera) que el diseño industrial es una ingeniería más.
Hoy nuestros más jóvenes ingenieros en diseño industrial presumen primero de lo primero, es decir de ser ingenieros y después de lo segundo; su apellido especialista.
Seguramente no será así pero no deja de parecer que algunos necesitan el respaldo y/o el peso de un perfil profesional reconocido socialmente para abrir las puertas hacía otro lado, el de una profesión mucho más cuestionada y más difícil de defender pero indiscutiblemente, como lo es para la mayoría de diseñadores, más motivadora.
Fijémonos sencillamente en los perfiles de las redes sociales de nuestros propios colegas, una inmensa mayoría se definen (con razón y porque lo son) “ingenieros en diseño industrial”. Sin embargo, en el lado contrario también conozco a muchísimos colegas que estudiaron ingeniería en diseño industrial y desarollo de producto pero se definen simplemente como “diseñadores industriales” desde su quehacer diario. Esto es algo que me parece interesante para reflexionar, sobretodo teniendo en cuenta que son muy conscientes del porqué lo hacen y del porqué prescinden intencionadamente de su descripción ingenieril.
Personalmente, como muchos otros diseñadores de mi generación, esto me genera muy pocos problemas existenciales (ninguno) pues no puedo denominarme de otra manera que no sea estrictamente diseñador industrial.
Hoy los diseñadores vivimos con una forzada naturalidad la enorme disparidad académica que existe en nuestro sector, a pesar de que es algo que nos afecta muy directa y negativamente ya que suele traducirse en cómo acabamos sintiéndonos los unos y los otros y en cómo defendemos y afrontamos también nuestro trabajo. De esta forma, no es tanto una cuestión superficial o exclusivamente de nomenclaturas y titulaciones. Tengámoslo en cuenta.
El caso es que, nos llamemos como nos llamemos, sería oportuno recordar a las ingenierías que han acogido la disciplina para hacerla suya (muchas a su manera) que el diseño industrial, en la mayoría de países –especialmente en el nuestro-, nació básicamente desde tres ubicaciones diferentes; las escuelas de Arte y Oficios, las facultades de Bellas Artes y las facultades de Arquitectura, logrando incluso ser durante un tiempo totalmente independiente de sus padres y de sus hermanos. Por esta razón, unir diseño e ingeniería como si de un hecho lógico y ancestral se tratara, no es tan natural como hoy puede parecerlo y creo que cometemos un error bastante grave al pasar por alto un origen que ha sido -y lo sigue siendo- tan importante e influyente para nuestro desarrollo teórico y profesional.
Reconocer con escrupulosa pulcritud el lugar de nacimiento es crucial para saber hacía donde queremos ir, disciplinarmente hablando. Por lo que aceptar como natural algo que en realidad no lo es, sea por desconocimiento u otro motivo, nos aleja lamentablemente de ciertas reflexiones y nos resta enormes posilidades teóricas. Y sobretodo, soterra una realidad objetiva que da sentido a nuestra profesión y a la forma en la que la hemos venido ejerciendo hasta hoy.
Septiembre 2016