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En los últimos años ha aumentado la demanda de diseño industrial desde una nueva tipología de clientes que, normalmente ajenos al sector productivo-industrial, pueden acabar por alterar al diseño mismo, evidenciando así sus debilidades.
No hace falta detallar cuales fueron las necesidades que favorecieron -y dieron sentido- objetivamente la aparición del diseño industrial ni el contexto sectorial en el que durante décadas se ha apoyado de forma más firme nuestra disciplina. Es el sector productivo-industrial nuestro cliente natural tomando posición (juntamente con el usuario) como centro y/o destino de la mayoría de los proyectos.
La demanda que este sector hace al diseño suele ser, en términos generales, respetuosa con sus posibilidades, tiempos y resultados. Seguramente porque su ritmo vital, sometido a una realidad incuestionable de la que se nutren de ingresos, está tremendamente acompasado a la partitura del mercado, de la sociedad y sobre todo de la comprensión de los usuarios respecto a su entorno. La industria no recorre caminos dando saltos mortales ni genera vacíos interpretativos en los que nos podamos perder como usuarios. Evoluciona de forma constante de igual manera que lo hacen las especies adaptándose con éxito a los cambios. Lo que permite al diseño seguir su paso y ser consecuente con sus planteamientos.
Estos nuevos clientes a los que me refiero, hijos exclusivamente de nuestra convulsa época, son los emprendedores. Pero no querría que se me malinterpretase, no me refiero al emprendedor de perfil clásico –si es que existe un perfil unísono en este sentido- sino muy concretamente a los nuevos emprendedores profesionales fruto de las más exquisitas escuelas de negocio.
Esta profesionalización, que los separa irremediablemente de todo sentimiento y apego productivo, los convierte en clientes que están más interesados en los inversores, las nuevas rondas de financiación y en su éxito personal que en el producto que pretenden vender, su calidad y su responsabilidad con los usuarios y con la industria, un sector que apenas conocen y que solo utilizan de mero intermediario. Encorsetan el proyecto bajo su criterio y calendario y utilizan el diseño de forma muy aislada porque ellos son el centro. Y cuando algo sale mal o han conseguido tocar techo; “a otra cosa mariposa”. Salvando algunas excepciones, para ellos no existe el proyecto -ni el diseño- porque ellos son el propio proyecto.
Pero, ¿Qué pasará cuando esta burbuja explote? ¿Cómo habrá quedado de tocado el diseño y los diseñadores totalmente sometidos a sus biorritmos?
Como se me antojan respuestas que podrían comprometer mucho al diseño creo que deberíamos mimar todo lo posible al sector industrial, no solo porque es un motor económico generador de puestos de trabajo y un, más que contrastado pulmón social sino porque -y no debemos olvidarlo como diseñadores- de este sector provienen los clientes naturales que mejor entienden el diseño, muy a pesar de que éste no llegue a ellos con la definición que sería deseable.
Por otro lado, y para acabar, sería conveniente dejar de avivar y/o alimentar el debate sobre la omnipresencia del diseño en todas las esferas empresariales. Es cierto que el diseño presenta enormes posibilidades y que influye a muchísimos niveles pero pienso que nos cebamos en exceso ampliando a diario sus límites y fronteras siendo muy fácil que nos perdamos como diseñadores.
Quizás suene tremendamente conservador pero pienso que al diseño industrial le sigue haciendo falta, hoy con más razón si cabe, el sector que le dio sentido. Y no estaría de más volver a dibujarle, al diseño me refiero, unos límites mucho más ceñidos a este contexto. Un contexto que yo sepa hasta el momento, no ha dejado de existor, muy a pesar de muchos.
Soy consciente de que todos los que nos dedicamos a esto queremos diseñar y que los más jóvenes necesitan las mayores oportunidades pero un cliente inadecuado es malo para el diseño pero aun lo es más para el diseñador.
Enero 2017