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Leo y escucho, no sin horrorizarme bastante, como se intenta incrustar al diseño industrial en metodologías, dinámicas y/o procesos propios de la denominada cultura del error.
Siento decir, sobretodo para aquellos que os habéis creído este enorme despropósito, que NO. El diseño industrial no nació para experimentos o tanteos y mucho menos como banco de pruebas de nada, ni de nadie. Sus orígenes están muy claros y hoy día prevalecen fieles a la realidad de los que atienden al diseño como solución a sus necesidades. Pensar y/o decir lo contrario es ser engañado, engañarse o engañar.
No conozco, ni he conocido a ningún cliente y/o usuario que no esperen del diseño resultados, ni ningún diseñador sensato que no sufra ante un error.
Nuestros clientes –todos sin excepción- son los primeros que esperan resultados positivos. Las caídas, de existir, ya vendrán luego y podrán ser objetivadas y achacables a múltiples factores, incluido también al diseño y a los diseñadores pero, de inicio, preparémonos siempre para buscar y ofrecer aciertos.
Es en ese terreno donde se circunscribió, ya en su origen, el diseño industrial; en la cultura del acierto, fundamentalmente porque detrás de todo diseño hay mucho en juego, tanto humano como económico.
¿De que otra manera nos sirven la propia metodología del diseño industrial, el análisis de las funciones, los estudios económicos, el prototipado y la comprensión de las necesidades de sus destinatarios? Todo lo hacemos para acertar aunque, por desgracia, no siempre acertamos. Somos seres humanos y erramos, es cierto pero de ahí a trabajar, por costumbre, bajo una aceptada y valorada especulación, hay todo un abismo... El abismo entre hacerlo bien o hacerlo tremendamente mal. La distancia entre entender el diseño o no tener ni idea de lo que es.
En cualquier proyecto, por pequeño que sea, la mayoría de los diseñadores trabajamos con un sinfín de recursos que no poseemos en propiedad aunque si que son nuestra responsabilidad, principalmente capital económico que nuestros clientes invierten en el desarrollo del proyecto y que, como es lógico, siempre quieren rentabilizar.
Pero, ¿a qué estamos jugando con la cultura del error? Recomendar, por naturaleza, malgastarlos a favor de una muy mal entendida creatividad y/o innovación, consiero que es inmoral, muy injusto para el cliente que confía en nosotros y además se aleja de los procesos de optimización que, en esencia, rigen nuestro propio trabajo.
De esta forma, siento contradecir a muchos de nuestros actuales gurús del diseño -que casualmente acostumbran a no ser diseñadores y/o a no ejercer de ello- pero; "NO". Diseñar con libertad gratuita para errar es una tremenda estupidez. Un error cínico por lo que de consciente tiene. El diseño industrial no nació nunca desde el error como camino hacía el acierto. De eso aprendimos mucho de la artesanía y así afinamos enormemente la puntería ante la maquinaría de la industria y el dinero de nuestros clientes.
Hacer lo que uno quiere puede parecer tarea fácil. Seguramente, por esta razón, nos dejamos obnubilar a diario por estos cantos de sirena pero diseñar no es nada sencillo, precisamente porque el esperado y natural acierto está obligado a convivir eternamente con la intrínseca y más oscura de las incertidumbres que sobrevuela constantemente nuestras soluciones durante todo el proceso de desarrollo de un proyecto.
La imposibilidad de trabajar sometido a las reglas del juego y/o la necesidad de huir de la dificultad reconociendo carencias propias, no justifica a nadie inventarse un nuevo diseño amparado en el error para que muchos se enfrenten alegremente al proyecto.
Es hora de tenerlo muy claro, tanto si somos diseñadores como si tenemos intención de serlo; errar, como método, es de ser mal diseñador (y muy mal profesional) y así se entenderá normalmente siempre por todos aquellos que acaban dando sentido a nuestro trabajo.
Ahora ya lo sabes. No digas que no lo leíste o que no te lo dijeron...
Agosto 2017
Es precisamente este obligado acierto, junto con la incertidumbre i la innovación que se le presume al resultado, el que hace del diseño industrial una disciplina única y compleja. Totalmente separada de la ingeniería y la arquitectura y lógicamente a años luz del mundo de la invención, el arte y/o cualquier otro campo al que nos quieren anexar últimamente.
Y con ésta, he llegado a la reflexión número 200, ahí es nada. Y además, escribiendo sobre algo muy viejo que nunca pareció resultar tan nuevo. Muchas gracias por estar ahí detrás. Sois el sentido de esta página.