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Pelearnos por dignificar las bases de los concursos publicos de diseño en favor de los diseñadores y de la propia profesión mientras paralelamente alabamos y alimentamos artificialmente el prestigio de ciertos premios internacionalmente reconocidos, en los que ganar o no ganar depende de pasar por caja, es ver la paja en ojo ajeno y no la biga en el de uno mismo. Nada nuevo para un sector que suele fijar su mirada allá donde más le interesa para mantener el control y sus privilegios.
Algo que no solo sigue mostrando la falta de crítica profunda de nuestro colectivo frente a todos aquellos que se apropian, sin piedad, de nuestras ilusiones sino que además nos muestra la miseria moral de algunas de nuestras asociaciones y agentes defensores del diseño porque son parte del circo publicitario y mediático de estos certámenes. Y aquí, lamentablemente hay pocas excepciones.
He conocido de cerca varios de estos concursos. Esos que se reconocen como los más prestigiosos de nuestro sector, tanto a nivel nacional como internacional. Si, esos que todos conocemos. Esos que uno cree, cuando comienza, que siempre estarán lejos y que serán difícilmente alcanzables. Esos de los que todos presumen y que inundan las redes y llenan páginas y páginas de revistas y blogs especializados. Esos que, colocados en formato sello sobre fotografías de productos, parecen elevar el trabajo de muchos de nuestros colegas hasta niveles divinos. Y no es que no los merezcan, muy al contrario.
El problema reside en que han acabado convirtiéndose en un negocio basado en inscripciones de pago y el cobro de una amplia gama de servicios auxiliares destinados, asombrosamente, a "afinar el tiro" hacía el éxito. El diseño es la excusa.
De esta forma, sucede que el beneficio es proporcional al número de proyectos inscritos y que también, como justo reclamo y recompensa al esfuerzo económico realizado, un proyecto mínimamente aceptable, con presencia y bien presentado, parece que hace tan accesible el premio como los bolsillos lo permitan. Ni más ni menos. Por lo que tener o no tener uno de esos prestigiosos emblemas de calidad sería tan fácil como comprar pan. Eso si, mucho más caro.
En esencia este es el problema y mi crítica: El gran negocio que se ha generado a costa del diseño ha acacabo muy por encima de la objetiva necesidad de valorar el estándar del "buen diseño del año" con el beneplácito, ya sea por omisión o participación, de todos nosotros y nuestros agentes.
Los concursos de diseño siempre han tenido un lado oscuro. Hace 18 años que gané mi primer premio de diseño. En aquel momento la empresa que lo convocaba ya me avisó, cuando tuve ocasión de trabajar posteriormente para ella, lo difícil que había sido que me lo otorgaran porque el jurado, compuesto principalmente por docentes de varias escuelas de diseño entre las que no se encontraba la mía, estaba obcecado en que los premios recayeran sobre alguno de sus alumnos, al margen del nivel del proyecto presentado. Al parecer, la solución de diseño era lo de menos, lo importante era la promoción de la institución para mantener su status y justificar las sangrantes cuotas que pagan sus alumnos. Además, lo encontraban totalmente lógico como moneda de cambio por su participación como jurado.
Al final, afortunadamente para mí, la realidad se impuso pero solo por el poder que ostentaba la empresa convocante. Al fin y al cabo tenían que fabricar el producto y no se iban a quedar cualquier pufo por mucho nombre que tuviera la escuela jurado o por mucha promoción de diseño que pudieran ofrecerle.
Era un "concurso pequeño", ajeno al beneficio directo y seguramente con bases muy mejorables que hoy se hubiera criticado por algunas de nuestras más famosas voces hasta lograr cerrarlo por bullying. Y sin embargo, creo sinceramente que fue un concurso que trató muy bien al diseño y a los diseñadores porque fue un concurso honesto, objetivo y riguroso. Qué cosas, ¿verdad?
No nos engañemos, muchos concursos de diseño han acabado siendo una tremenda patraña. Una estafa intelectual en toda regla permitida por todos nosotros porque alimenta nuestro ego y nuestra fama, sobretodo la de algunos. Y engorda la facturación millonaria que tienen las empresas que hay detrás de estos famosos premios en los que sus tarifas de inscripción y/o servicios pueden ir desde los 50, 150, 300 hasta los 4.000 Euros o más por participación y producto. Eso si, tendrás la oportunidad de recoger tu premio en una glamorosa fiesta de etiqueta bajo el techo de un palacio o un museo ubicado en una bonita capital mundial, todo ello amenizado con champán y canapés de primera calidad. Y las fotografías con tu flamante título, posando en el jardín a la luz del atardecer, te ofrecerán cientos de nuevos likes para tus redes. Así que si participas: ¡Ponte guapo!
Pero, ¿como no te van a dar un premio si es obvio que lo estás comprando?
Aquí no somos menos y tenemos nuestras sombras. También pueden cuestionarse seriamente aquellos concursos patrios en los que los jurados, cuando en el mejor de los casos está formado por diseñadores, están cortados por el mismo patrón y reconociéndose un enorme colegueo mutuo son elegidos a dedo y deciden (en un solo día) marcar el canon de corte de sus decisiones –paradójicamente en abierto y en grupo- en base a sus más allegados y/o bajo el criterio de lo que ellos mismos venden como “buen diseño” desde las asociaciones para las que trabajan y/o aquellas que les bailan el agua. Todo ello entre zumos de naranja, cafés y croisanes. Un desayuno a costa de los ilusos que se han inscrito al concurso pero no están, desgraciadamente, en sus listas.
Al respecto, he de decir que he tenido la suerte o la desgracia, según se mire, de ser jurado de algun que otro concurso de diseño y os puedo decir francamente que la evaluación de más de un centenar de propuestas te lleva, si quieres ser un poco riguroso, más de una semana de trabajo. ¡Pero mucho más! ¿Tan tontos nos creen? Así que el crédito que tienen esos jurados exprés, como podréis imaginar, es como mínimo; ninguno. Pim, Pam, este si, este no...
Entiendo que plantear un concurso de diseño industrial con AUTÉNTICO valor es un sobre-esfuerzo que muy pocas organizaciones quieren asumir o gestionar. O quizás todo es más sencillo; no interesa porque se perdería el control que hoy se mantiene sobre estos concursos y sus resultados.
Sea cual sea la razón, convertir cualquier concurso de diseño en un mero producto de marketing o promoción dando "gato por liebre" es hacer un flaco favor a muchísimos diseñadores a los que tener una simple oportunidad les "cuesta la vida".
A lo largo de mi carrera profesional he sido reconocido en más de una quincena de concursos de diseño. Hasta hace poco pensaba que eran "premios menores" (en el buen sentido) y sin embargo, visto el panorama, creo que son los premios más importantes que he podido recoger en mi vida como diseñador.
Todos ellos fueron convocados por empresas fabricantes y/o asociaciones sectoriales de empresas. Convocaron jurados plurales y anónimos. Sabían qué buscaban y tenían experiencia en sus productos. Valoraron siempre la innovación pero por encima de eso, premiaron el encaje de todos los proyectos en base a su realidad y fueron sinceros con sus veredictos. Premios con auténtico valor porque se reconoce el esfuerzo más allá de los nombres y los prejuicios. Y a pesar de ello, retomando lo dicho al inicio, nos los intentamos cargar a diario porque no están controlados por los defensores públicos (que todos conocemos) de nuestra profesión.
Una pena que, como colectivo, no logremos ver nunca la biga que nos ciega y poder mirar al futuro con más nitidez, criterio y honestidad.
Equivocado o no, siempre hablo desde la realidad que vivo así que he de reconocer que yo también he ganado algunos de estos "importantísimos premios". Y es que sin conocer la trastienda de este mundo y sus dinámicas, esta crítica hubiera sido absurda. No ostante, no os llevéis a engaño, este escrito no es tanto una crítica centrada en los concursos -que también- sino sobretodo en nuestras asociaciones y voces afines que los avalan y que alimentan su propia deformación.
Mayo 2018