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Dicen los que son conocedores de este tipo se asuntos, que la teoría de una disciplina está fundamentada –en parte- por la generación y el uso de un diccionario propio.
Ya he escrito en otras muchas ocasiones sobre esta carencia y el mal que provoca al diseño industrial porque impide –a los diseñadores- navegar a cierta profundidad conceptual e intelectual en el estadio del proyecto.
También he intentado, en algunos casos concretos, introducir e evidenciar claras diferencias entre significados al respecto de algunas palabras que utilizamos con un significado asumido pero que para el diseño, bajo mi punto de vista, significarían otra cosa bien distinta. Por ejemplo la propia definición del diseño industrial, el significado de la estética y lo formal o el rediseño, entre otras.
Asimilamos e interiorizamos palabras e ideas para el diseño que, analizadas con detenimiento son absurdas y por supuesto erróneas. Atribuimos cualidades inexistentes a los objetos, como la VIDA. Pero los diseñadores no somos dioses aunque algunos se lo crean, así que hablar de la vida de los objetos, presuntamente para sus ciclos funcionales, es bastante idiota. Y lo es porque acabamos asociando a ese final tan nefasto cuestiones negativas y responsabilidades que no poseemos los diseñadores y porque, sencillamente, podemos ser mucho más precisos si empezamos a usar un término más correcto y propio del diseño, como: “Ciclo funcional de los objetos o productos”.
Personalmente, se que me costará enormemente cambiar el “chip” y dejar de usar “ciclo de vida” pero voy a intentarlo.
Y ahora que hablamos de ciclos y de función, de la que también se ha hablado mucho desde aquí también, debemos de reconocer que es una palabra que hemos acercado bastante bien a nuestro terreno ampliando su significado. Hoy, todo diseñador industrial sabe que significa la función dentro del diseño y la importancia que tiene como pilar del proceso proyectual.
Tenemos interiorizado en nuestro ADN profesional que gran parte de nuestro trabajo es definir mediante objetos las soluciones a estas funciones. Funciones que además derivan de necesidades. Idealmente, de necesidades no provocadas por el mercado para el mercado.
Que los diseñadores nos centramos en las funciones y que sabemos lo que son, está muy claro. O debería estarlo. Pero la función de una silla y la función de una tostadora no están en la misma escala y por ello tampoco un diseñador debería trabajarlas igual. En el caso de que, un diseñador tenga realmente competencia sobre ambas.
El deterioro de la función práctica de uso de una silla –sentarse- está estrechamente relacionado con el deterioro material de la propia silla. Una cuestión también ligada al propio uso y la propuesta material y estructural del objeto. Y no hay más. Es una tipología, como muchas otras, con funciones primarias y básicas, entiendo por esto que no precisan de activación de sistemas complejos para poder ser usados. Son objetos de uso directo usuario-artefacto en los que el diseñador tiene toda resposabilidad.
En cambio, el deterioro de la función práctica de uso de una tostadora –tostar pan- puede estar relacionado por muchos aspectos ajenos realmente al diseño funcional, como por ejemplo una sobrecarga eléctrica e incluso, siendo mal pensados, por la propia programación de su obsolescencia electrónica. Pero, incluso sin ser malpensados, la caducidad “natural” de los elementos electrónicos, motivada sencillamente por la mejora de los mismos y/o el cambio de patrón tecnológico, también es un motivo de desecho. Aquí la resposabilidad del diseño empieza a desdibujarse, la verdad.
En este sentido, la función de sentarse podríamos decir que es de orden primario o básico mientras que la función de una tostadora que requiere de un sistema más complejo para lograr su fin y que, en la mayoría de las ocasiones no tiene porque conocerlo técnicamente el diseñador, estaría claramente en otro estadio funcional. Y no me refiero a una diferenciación jerárquica sino de uso práctico por lo que hablar de función escuetamente podría ser confuso.
De esta forma, me parece que podría ser interesante hablar de función en forma sustantiva cuando es de carácter primario y hablar de funcionamiento, entendido como un conjunto de elementos sincronizados bajo un propósito concreto que responde a una solución también concreta, cuando estamos ante un estadio superior. E incluso, según esos estadios establecer nuevos niveles. Acepto que puede ser una mala utlización del lenguaje pero creo que es mejor añadir una acepción nueva a esta palabra existente que inventarse palabras.
Y esta diferencia entre función que podría establecerse perfectamente dentro de una teoría del diseño industrial con diccionario propio es realmente importante porque nos permite reconocer responsabilidades que no son propiamente del diseño. O por el contrario, establecer las que si son de nuestro ámbito.
Por otra parte, establecer así la diferencia entre las funciones de los objetos también nos deja retomar proyectualmente alternativas más ancestrales y básicas. Más cercanas al ser humano.
Nos daría nuevas opciones para un diseño mucho más eficiente porque el “ciclo funcional de uso” de una tostadora siempre será, por lógica, menor que el de una parrilla; un objeto que cumple la misma función práctica de uso a un nivel primario porque carece del “funcionamiento” que precisa la tostadora.
Ciertamente, encuentro interesante definir con mayor precisión léxica la función en el diseño industrial, categorizarla y en base a estas divisiones decidir si es o no responsabilidad del diseño. Y en el caso de que lo sea poder proyectar desde un punto más remoto para lograr soluciones más cercanas al ser humano y sobretodo más responsables con el medio ambiente.
No se vosotros, pero a mi es un tema que me plantea interesantes preguntas y sobretodo nos abre nuevas posibilidades proyectuales a los diseñadores así que seguiremos profundizando...
Septiembre 2018