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A la voz de: ¡Alguien ha pedido diseño gratis!, un núcleo importante de nuestro sector suele poner en marcha la apisonadora. Siempre tan dispuestos; Brum, Brum... Y en esta defensa a ultranza somos capaces, no solo de negar la evidencia del funcionamiento de nuestro trabajo más ordinario sino también de equiparar con suma facilidad al diseño con todo lo que pueda parecer diseño. El único requisito es posicionarse a favor de esta honorable lucha. Amnistía por la causa en la que todos somos diseñadores detrás de una misma voz.
Seamos coherentes. No existe una gran diferencia entre pedir un “diseño gratis” y la dinámica habitual de muchísimas empresas para con el diseño. Que no es otra que pedir a los diseñadores, sin distinción de edad, experiencia y nombre, que diseñen sin compromiso y sin límite (cuanto más mejor porque aumentan las probabilidades) para que, si acaso algo les encaja o les gusta, lo adquieran por el módico precio de un royalties. Sin embargo, esta extendida dinámica del “diséñame sin compromiso y te compro lo que me interese, si es que me interesa algo”, la aceptamos con total naturalidad y parece que nadie, de ese bloque duro del diseño, osa alzar la voz contra unas empresas que nos dan, a su única manera y con sus condiciones, de comer. Y mientras haya diseñadores que se sometan a estas directrices las empresas no variarían un procedimiento tan rentable.
Pero solo hay que contrastar el número de diseñadores que están sujetos a este aceptado sistema de explotación vs los casos en los que se pide abiertamente “trabajar gratis” para entender que estos últimos son anecdóticos en el día a día del mercadeo del diseño. Es más, en la mayoría de esos contados casos, el diseñador implicado normalmente extrae buenos réditos del trabajo realizado, tampoco seamos unos ilusos.
Somos muy dados a lapidar públicamente una conducta que, por norma suele producirse desde la ignorancia pero desde luego, la forma de trabajo a la que nos someten muchas de nuestras industrias es, de lejos, mucho más dañina para el diseño. Y lo es sencillamente porque esta normalización laboral conlleva una tremenda devaluación del diseño como proyecto que atenta directamente, no solo contra el colectivo profesional que ve reducidas sus garantías y su estabilidad sino que también va en contra la disciplina misma porque está claro que, trabajando a cientos de ideas por semana, poco proyecto puede hacerse y el diseño es proyecto.
Es cierto que en esta endiablada relación, los nombres propios siempre acaban ganando dinero por lo que no existen apenas quejas a este nivel sagrado. Pero no por esta razón el procedimiento es menos perjudicial para la profesión y aquí se trata, de una vez por todas, de velar por el oficio.
Bajo mi punto de vista, no se defiende al diseño pasando la apisonadora o repartiendo piedras a los que se suman a nuestra causa sino reconociendo las injusticias reales y poniéndonos, si hace falta, a todo un sector empresarial en contra. El futuro bien lo merece pero, ¿quién se atreve realmente a echarle "bemoles"?
¿De verdad que no somos capaces de ver que hay muchas cuestiones -muchas- que hacen más daño al diseño que presuntamente "diseñar gratis" en casos puntuales, como para tomar este hecho como punta de lanza de nuestra defensa y reconocimiento?
Enero 2019
Defiendo que el diseñador por cuenta propia trabaje y cobre por proyecto. Personalmente, rara vez lo hago de otra forma. No obstante, también he compaginado siempre este ideal con la realidad más pragmática que he experimentado como diseñador así que, sin desear que lleguen a normalizarse ciertas prácticas, también defiendo que cada diseñador y empresa haga lo que le dicten sus necesidades en cada momento sin que por ello tengan que exponerse a una lapidación pública. Es lo más justo sin una alternativa firme, sería y colectiva.