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Que la formación del diseño industrial en muchísimos centros no funciona, es un hecho tan objetivo como lo es su terrorífica consecuencia: La tremenda insatisfacción de muchos de sus alumnos y su complicado futuro profesional ligado estrictamente al desempeño del diseño.
Podría parecer que el problema no existe porque los alumnos no suelen airear alegremente sus frustraciones o porque ciertos lobbys del negocio del diseño mantienen, bajo esta confusión, su propia voz y poder. O porque la promoción, el prestigio y el autobombo de muchos de estos centros es realmente impecable, cocinado a fuego lento mediante un zurcido plan de marketing al amparo de un enorme beneficio económico.
Pero pese a este encubrimiento, el silencio otorga y la realidad es la que es.
Tradicionalmente a los diseñadores industriales se nos formaba en un punto muy concreto entre la técnica y la emoción pero desde principios del siglo XXI, este planteamiento se rompe bajo dos nuevas doctrinas académicas que, canalizadas a través de dos grandes formas de pensamiento con visiones bastante enfrentadas, han polarizado las posiciones alejando y desplazando la formación del diseñador de esa equilibrada -y necesaria- posición de conocimientos. Hemos ido perdiendo independencia y lo estamos pagando.
De este modo, en lo que se refiere al diseño industrial incrustado en las escuelas de ingeniería; ni chicha ni limoná. Los nuevos ingenieros surgidos de esta doctrina acaban siendo, en muchos casos, los proscritos de la ingeniería y los insensibles del diseño más tradicional. Para la ingeniería (en mayúsculas), el diseño industrial es reconocidamente un campo menor y/o complementario y su aséptica e inexistente formación humanista aleja a sus futuros profesionales de la necesaria empatía y de la emoción que se le presupone a cualquier diseñador. Y es que el diseño no va exclusivamente de soluciones técnicas sino de soluciones fundamentalmente humanas y espirituales.
Hasta cierto punto es comprensible este “maltrato”, les hemos obligado a poco menos que a tutelarnos. Pero la ingeniería no tiene responsabilidades intelectuales sobre nuestra disciplina sencillamente porque no estuvo presente a este nivel ideológico en la fundación del diseño industrial, más allá del anecdótico papel que pudieron tener unos pocos ingenieros y no precisamente como pensadores.
Asumamos que el diseño industrial nace desde otras miradas y que presenta unas finalidades que requieren de soluciones complejas y muy particulares que necesitan de una articulación intelectual propia.
Y hasta que los nuevos “ingenieros en diseño industrial” no interioricen humildemente esto, creo que no lograrán desplegar su auténtico rol como diseñadores industriales y mucho menos describirse a sí mismos de forma creíble sin necesidad de utilizar prefijos.
En el lado opuesto, formativamente hablando, la mayoría de las escuelas de artes, oficios y diseño han ido dando prioridad máxima a los futuribles, a las emociones y a los conceptos. En esta forzada mutación, han apartando tanto la técnica del proceso de aprendizaje que los alumnos apenas ya son capaces de plantear una realidad que, con muchísima suerte, traspasa la barrera del mero anteproyecto.
Por esta razón, muchos de estos futuros profesionales están condenados a trabajar -en el mejor de los casos- en equipo. Y no porque sea una buena forma de trabajar sino porque presentan una visión totalmente sesgada que necesita de una constante revisión de viabilidad por parte de terceros. Lo que les supone además, un evidente riesgo de perder fácilmente el control de su propio proyecto.
Como puede verse, el diseño industrial canalizado por cualquiera de sus dos nuevos y principales extremos formativos conlleva, para muchos de sus futuros profesionales, consecuencias devastadoras. Y para la disciplina misma viene a suponer una total pérdida de control, tanto estratégico como ideológico.
Hemos perdido independencia pero sobretodo, los nuevos marcos académicos del diseño han dejado a un lado nuestro pasado y creo que sería bueno reflexionar sobre el tema. El diseño industrial inició hace dos décadas un camino muy peligroso que rompió con sus raíces académicas y hoy, sin contar con sólidos cimientos, está obligando -si o si- a los nuevos profesionales a mirar al futuro de forma muy condicionada. Seguramente por este motivo se entiende tan bien que el diseño se haya difuminado para acabar redibujándose a partir de sus asuntos más colaterales y pseudodiseñiles. Un nuevo y borroso dibujo de la disciplina que acaba siendo el espejismo de un sinfín de oportunidades para los nuevos diseñadores que hoy se sienten capaces de todo. Pero lamentablemente es solo un espejismo.
Este es un secreto a voces que ya está afectando a la práctica del diseño industrial y también a la interpretación que se tiene de él. Un motivo más que suficiente por el que tendríamos que adoptar soluciones, sobretodo aquellos que tienen la difícil responsabilidad de enseñar este peculiar oficio.
Mayo 2019