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Regularmente a los diseñadores industriales nos gusta revisar nuestras propuestas realizadas a lo largo de nuestra vida profesional, por lo menos a mi y a muchos que conozco, imagino que porque solemos encontrar en ellas cierta evolución entendiendo a través de su análisis nuestra propia madurez como profesionales.
¿Cuantas ideas duermen así en los archivos de nuestros armarios, verdad?. Propuestas de diseño industrial que vieron la luz convertidas en realidades y propuestas que se quedaron archivadas para siempre como ideas y conceptos.
Conviven en total comunión dos tipo de visiones; una objetiva y profesional que se basó exclusivamente en las necesidades reales de los clientes (y del encargo) y otras, no menos importantes, mucho más personales y subjetivas.
Al respecto de estas visiones más subjetivas y personales cabe decir que fueron, en su mayoría (ya que me refiero siempre a ideas con un encargo real detrás), gestadas junto a las que se llevaron a cabo industrialmente pero emanan una falta total de prejuicios, complejos y restricciones que las hace ser frescas y diferentes a lo largo de los años.
Es muy difícil saber cual es el camino más idóneo a presentar así que siempre elijo lo que considero que se ajusta a las necesidades de aquellos que me encargan los proyectos; mis clientes.
Los que me conocen saben que ejerzo mi profesión creyendo firmemente en que debemos someternos totalmente al proyecto del cliente y sus necesidades de mercado sin olvidar, claro está, a los usuarios y/o destinatarios concretos de esos productos. Este universo suele distar mucho del de uno mismo y por ello precisamos de la objetividad a la hora de realizar un proyecto coherente y riguroso.
Estar sometido a todas estas restricciones es en parte la dificultad a la que nos enfrentamos en el diseño industrial pues pese a estas ataduras debemos siempre ofrecer, no solo ya proyectos ajustados a esas necesidades, sino también diferentes e innovadores. Aquí reside, creo, el auténtico valor proyectual del diseño. Trabajamos bajo una metodología, ajena a nosotros mismos, que nos permite acercarnos a otros sentimientos, entender otras visiones más allá de las nuestras.
Alabo, en parte, a todos aquellos diseñadores que hacen lo quieren y como quieren pero creo, sinceramente, que un buen diseñador industrial, bajo mi punto de vista, debe de optar por el camino más difícil que es el hacer lo que debe y como debe hacerse, y en la mayoría de casos proponer alternativas que nada tienen que ver con nosotros mismos.
Acepto innatamente que diseñamos siempre para un cliente, para un mercado y para unos usuarios concretos y no entiendo un proyecto sin esta clara premisa por lo que la subjetividad está siempre al margen de mi trabajo. Al final no se si es este camino proyectual es bueno o malo pero por lo menos soy consciente de cómo es mi trabajo y cómo se articula, que es mucho.
Por ello muchos diseñadores industriales tenemos un armario lleno de infinidad de ideas que seguramente serán mejores que muchas de las que se llevaron a la práctica.
Bocetos de objetos imposibles que proyectaban un universo artificial nuevo, y quizás incluso mejor, pero en cualquier caso es tan solo nuestra propia visión subjetiva y por ello ajena al mercado real.
Lo contrario se acercaría a una expresión artística por lo que me doy por satisfecho siendo consciente de todas estas cuestiones que conviven en mi como profesional del diseño industrial.
Febrero de 2011