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Hoy es un domingo como cualquier otro. Me levanto bien temprano para aprovechar el día al máximo. Hoy brilla sol. Salgo a comprar el pan, la prensa, a leer, a tomar café,…. Pero hoy, quizás algo más sensible que otros días y reconociéndome totalmente inmerso en mi deformación profesional como diseñador industrial, paseando un rato por mi ciudad he advertido que el mundo que me rodea es, literalmente, feo.
Siempre he sido más o menos consciente de esto pero hoy las calles y los objetos se me han mostrado de forma especial, los he observado con una nueva mirada. Puede ser que mi mirada haya evolucionado hacía un nuevo estadio… O quizás en realidad lo que haya hecho es involucionar. A veces con estas cosas no se sabe si son para bien o para mal. Es como lo de la ignorancia, que siendo en general algo negativo, es muchas veces el mejor estado posible.
Pero estoy tranquilo, seguramente mañana volveré a mirar de forma habitual y el mundo, aun no siendo todo lo bello que podría ser, será seguramente menos feo porque estoy -estamos- habituados a él. Y es que a todo se acostumbra uno.
Hoy descubro, bajo el enfoque del diseño industrial, farolas descompensadas, papeleras aburridas, bancos rectos sin ergonomía, fuentes sin sentido y sin agua (que es casi peor).
Al comprar la prensa, en el estanco, me han invadido decenas de displays, expositores y otros artefactos que parecían venir de otro mundo. Al salir, casas mal orientadas desaprovechando la luz y los recursos energéticos y naturales. Parques oscuros, desorden y mucha arbitrariedad, urbanismo laberíntico y complejo. Información gráfica y visual escandalosa que provoca una gran contaminación cromática y comunicativa….
Quizás el mundo sea simplemente un reflejo de lo que somos y quizás no nos merecemos otra cosa diferente a lo que tenemos, a lo que hemos diseñado. Pero no me lo acabo de creer, estoy muy seguro que podemos mejorarlo y es nuestra obligación como profesionales del diseño industrial hacerlo, porque de eso depende en gran parte que nos podamos sentir a gusto, cómodos, protegidos y ser más felices en nuestros contextos sociales y de vida.
La naturaleza ha sido siempre el patrón ideal deseado por todos. Es armónica, sostenible, equilibrada, rítmica y bella. Nada desentona por encima de otras cosas y todo está perfectamente integrado. El ser humano, en todos los tiempos, ha intentado imitarla pero esta acción ha chocado normalmente con una malísima labor de copia, consiguiendo precisamente el efecto contrario y hemos creado cosas antinaturales en vez de algo artificial ligado y relacionado con lo natural. No en vano el diseño industrial se nutre constantemente de lo natural aunque no logre siempre integrar su esencia.
La belleza no es subjetiva, ni su contemplación tampoco, ni tan siquiera su reconocimiento aunque muchos puedan pensar lo contrario y hasta que no reconozcamos esto no lograremos cambiar el mundo en este sentido. Reconocer las cosas es el primer paso para poder cambiarlas y/o dominarlas con la finalidad de acercarlas a lo deseado y sobre todo a lo necesario.
La belleza se sustenta en la estética de las cosas y la estética no es el resultado formal de los objetos (su apariencia) como erróneamente suele pensarse, nada más lejos. La estética es algo mucho más profundo y complejo. Es el resultado, en este caso, del proceso de diseño industrial que nos permite percibir que las cosas están bien hechas, bien compensadas, debidamente estructuradas en todos los sentidos, incluidos sus valores sociales y ecológicos. Es armonía e integración por encima de todo.
Así pues un mundo estético es en realidad un mundo bien diseñado y compacto donde nada destaca y donde todo es legible y tiene su propio papel y función. No hay error.
Esta claro que en el lado contrario de la naturaleza se encuentra, en constante contraste, nuestro entorno artificial, diseñado y fabricado por nosotros. Nuestras ciudades están llenas de cosas que destacan. Y destacan precisamente porque son feas, o lo que es lo mismo; no estéticas y porque no están integradas. Destacan todos esos edificios sin mucho sentido cuando se alzan al cielo en un contexto de casas bajas, destacan modernos artefactos terrestres fabricados con materiales espaciales al lado de objetos sencillos de madera, luminarias públicas que nada tienen que ver su entorno, si hasta iluminan mal y gastan una barbaridad. En definitiva, destacan todos aquellos objetos que no han logrado integrarse de forma natural en el ambiente.
Siempre he pensado que el mejor diseño industrial es aquel que pasa desapercibido. El mejor diseño, en general, es en realidad aquel que el usuario interpreta como algo natural e ideal y ese diseño, esos objetos, ese entorno artificial se integra normalmente en nuestro espacio de forma suave confundiéndose con el entorno más próximo.
Los diseñadores industriales somos conscientes de que cualquier objeto ha de ser “pensado” antes de ser producido, es decir que todo nuestro entorno artificial tiene siempre de forma forzosa un responsable, un culpable. En mayor o menor medida todo está diseñado ya esté realizado correctamente siguiendo una metodología o esté nacido desde la más absoluta subjetividad personal. Así que lo que quizás nos demuestra este espantoso entorno no es más que un pésimo nivel de diseño.
Pensando en positivo podemos decir que los diseñadores industriales tenemos trabajo para toda nuestra vida simplemente mejorando lo que no funciona o lo que desentona, que no es poco. ¿Nos ponemos en ello?
Mayo 2011