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Al respecto del diseño industrial siempre se suele hablar y escribir mucho del diseño propiamente dicho, de objetos o productos, de tecnología, de teoría, metodología, ideas, procesos, diseñadores… Pero se habla más bien poco -o nada- del perfil emocional que experimenta el diseñador industrial durante el desarrollo de los proyectos.
Tengo muy presente al escribir estas líneas que cada persona será un mundo en este sentido y estoy seguro de que cada cual experimentará sensaciones diferentes pero es muy probable que, una gran mayoría de profesionales creativos, tengamos sentimientos y emociones cambiantes durante nuestro trabajo porque las ideas a veces no llegan, o llegan de una manera que no es la deseada, por lo que suelen producirse emociones encontradas con facilidad.
También es muy común que estemos sometidos a procesos con grandes tensiones que posteriormente son rápidamente liberadas en la finalización de los trabajos, experimentando con esto importantes cambios emocionales en un periodo muy reducido de tiempo.
Pienso que diseñar no es fácil. Por lo menos a mi no me lo resulta. Ni cuando empezaba ni ahora que tengo algo más de experiencia. Imagino, buscándole un sentido, que eso se llama responsabilidad y es el peso que debemos soportar y el precio que también debemos pagar los diseñadores.
Aparentemente el diseño industrial puede parecer fácil para un profano en la materia e incluso para muchos profesionales que lo ejercen. Y seguramente para muchos así será (siento que tienen mucha suerte y me producen una cierta envidia que no ocultaré) pero para mí sigue siendo una labor sobre la que pienso que jamás puedes, ni debes, bajar la guardia porque la gestión del diseño es muy compleja y siempre que dejas una brecha abierta se te cuelan los problemas.
Este constante estado de alarma nos sumerge muchas veces en estadios de ansiedad. Entiéndase que me refiero a una ansiedad no patológica sino más bien a algo estacional y siempre con un detonante reconocible.
Pienso que ser diseñador industrial es aceptar que asumirás preocupaciones en exceso. No significa aceptar más de las necesarias sino que son muchas las que ya vienen de serie y son intrínsecas a la propia naturaleza de lo que representa un proyecto de diseño industrial; inversiones, tiempos, resultados, ilusiones, esfuerzos,...
Respiramos y vivimos, durante ciertas etapas del proceso de diseño, para un único proyecto y para un único cliente, con un timing cerrado que siempre parece más corto de lo que uno se creía cuando lo propuso.
Las soluciones que deben plantearse no pueden ser arbitrarías sino que están siempre sometidas a un pliego de condiciones que te propone el cliente. Existen elevadas inversiones, unos procesos, unos tiempos, costes, materiales, etc… que se convierten en variables de una ecuación que debemos resolver en un tiempo determinado (normalmente corto) y con un resultado esperado. Nos sumergimos entonces en un proceso sin tregua en el que hacemos trabajar nuestra cabeza al máximo rendimiento, experimentando un gran desgaste.
A veces no es fácil seguir adelante. Cada día estamos tentados en arrojar la toalla. Nos pasa. Quizás sería mucho más liberador un trabajo menos responsable, pero por suerte la pasión que uno siente por aquello que hace siempre le exige un último aliento, uno más. Una nueva oportunidad. Y lo hacemos, seguimos adelante.
Pese a todo, al final la cuenta nos suele cuadrar en cuanto a resultados positivos se refiere. Entonces, olvidamos rápidamente el sacrificio, la tensión, la ansiedad, los días amargos, los problemas, los días sin dormir, sin comer y empezamos a sentirnos enormemente satisfechos de haber tenido la gran oportunidad de proyectar un nuevo objeto y/o producto.
Las emociones cambian rápidamente y le encontramos sentido a nuestra profesión y estos nuevos sentimientos nos hacen estar orgullosos de lo que hacemos.
Los diseñadores amamos el diseño industrial y sabemos que en el amor no todo son días soleados pero siempre seguimos adelante porque es más grande lo que recibimos que lo que perdemos.
Culminamos todos estos variables estadios emocionales, ligados al proceso de diseño industrial, cuando nuestra propuesta se introduce finalmente en el mercado, en las tiendas y/o comercios y poco después lo descubrimos relacionándose con un usuario anónimo. Aunque nunca fue en realidad anónimo del todo porque es un usuario que ya habías imaginado durante el proyecto, dado que la solución en realidad siempre ha sido para él aunque aun no le habíamos puesto cara.
Y en ese momento de magia observamos callados y emocionados. Analizamos todos los gestos del usuario porque necesitamos saber que el trabajo ha sido correcto, que ha estado a la altura y sobre todo que el esfuerzo ha merecido la pena.
Cerramos así un ciclo pero abrimos rápidamente otro porque sabemos que ese producto ya es en si mismo un producto obsoleto. Porque ya se piensa en mejoras y en nuevas ideas. Y entonces, en cierto modo, uno se siente un poco insatisfecho porque sabe que con otra oportunidad, con un cambio en una decisión, con unos días más o cualquier otra razón podía haberse hecho mejor. Mucho mejor... Y surgen nuevas emociones.
Este nuevo sentimiento no es más que exigencia y pienso que no es del todo malo sentirlo porque te hace volver a cargar las baterías y te motiva para superarte en el próximo reto...
...Y coges aire. Y nuevamente entramos en tensión, toca concentrarse, la rueda vuelve a girar... hasta una próxima parada.
Hablar de las emociones en la sociedad actual puede ser entendido como un rasgo de debilidad para muchos y creo que por ello no suelen aflorar este tipo de re-afirmaciones. Pero en una sociedad cambiante donde el ser humano está tomando cada día más protagonismo ya es hora de que también empecemos hablar de nuestro interior, sin miedos, pues de él depende siempre nuestro propio trabajo..
Junio 2011