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…Suma y sigue… Son varias las denominaciones que ha ido adquiriendo nuestra disciplina a lo largo de estos últimos años.
Hoy día, en función del centro académico y del nivel de estudios de éste, el nombre de la carrera es uno u otro. Aunque en realidad la pretensión formativa creo que responde a un mismo patrón y a una finalidad muy similar se llame A o se llame B.
Poder estudiar Diseño Industrial a un nivel universitario en España, sin contar las pocas exepciones, es relativamente reciente. Seguramente mucho más de lo que muchos podrían llegar pensar. Hasta hace bien poco el Diseño Industrial se organizaba y se impartía mayoritariamente en las Escuelas de Artes Aplicadas i Oficios Artísticos (y no precisamente en todas) y su nivel formativo oficial era de Graduado.
El Diseño Industrial estaba reglado entonces a partir de unos buenos planes de estudio (siempre mejorables, eso está claro) aunque bastante antiguos y muy especiales. Razón por la que quizás jamás se deseó tocarlos hasta la obligada ley educativa que tambaleó el sistema.
A partir de aquí, los primeros centros que empezaron a impartir la disciplina a otros niveles, la mayoría anexados a universidades privadas con titulación propia, no solo actualizaron las materias y los propios planes sino que además acuñaron nuevas nomenclaturas para sus nuevas carreras. Posiblemente lo hicieron para diferenciar estas nuevas incorporaciones académicas, para separse de lo anterior, darle a la carrera un aire nuevo y/o simplemente para captar más alumnos. En cualquier caso, lo positivo de esta incursión si que podemos decir que fue sin duda poder disponer de un poco más de reconocimiento del diseño. Una disciplina académica que ahora se diversificaba más y con ello se hacía más presente y notable.
Hoy muy pocos alumnos tienen la oportunidad de estudiar en realidad Diseño Industrial como tal y la inmensa mayoría se acaban titulando como diseñadores de producto, como ingenieros técnicos en diseño industrial u otros.
Con la entrada de la citada ley educativa, que afectó enormemente a la enseñanza en general pero muy especialmente a los estudios medios, los antiguos planes de estudio de los que gozaba el Diseño Industrial quedaron muy desubicados y acabaron por fusionarse, a la fuerza, en una especie de nivel o módulos que hasta hace poco se dividían en sectores o especialidades, como por ejemplo el mobiliario. Estos nuevos estudios, que tenían la pretensión de sustituir los antiguos planes, se dividieron a su vez en dos niveles; los grados medios y superiores. Un caos, vamos.
Toda esta “confusión” acabó beneficiando claramente a los nuevos centros, que aunque con otros nombres en sus carreras, tenían finalidades más claras y atractivas para los alumnos. Las nuevas nomenclaturas parecían en realidad ofrecer nuevas cosas y además más mucho más actualizadas.
La importancia que van adquiriendo estos nuevos centros permiten imponer, en cierta manera, un nuevo estándar para la formación del diseño.
En resumen. Aquellos planes de estudio existentes, que recogían más fielmente los planes tradicionales del Diseño Industrial, dejaron de existir a finales de los 90 y cada centro académico articuló la especialidad un poco a su manera y a su criterio. Planes que han llegado hasta nuestros días.
Desde finales de la década de los 80 hasta nuestros días se ha venido produciendo un auge en la demanda de la formación del diseño industrial que ha provocado la proliferación de nuevos centros de estudio. Sumado esto a una pésima estructuración académica se ha venido dando, por desgracia, una situación en la que podemos encontrar formación reglada de diseño de nivel medio, de grado superior y universitario. Y que en función de donde se estudie sean oficiales o no y que la misma carrera esté compuesta de unas u otras materias en función del lugar.
Un embrollo impresionante que permite que unos diseñadores (generalizaremos) hayan adquirido un nivel diferente al de otros simplemente por el hecho de estudiar diseño en un centro u otro. No hablamos tanto de un nivel formativo-académico absorbido sino en que realidad, para una mayor preocupación, responde a la filosofía profesional adquirida y a la actitud como profesionales con la que han salido de su aprendizaje. Una cuestión que si que es muy importante para el futuro de nuestra profesión.
Al final el nombre de nuestra disciplina es casi lo más anecdótico ante el estado de desigualdad y disparidad que presenta la enseñanza del diseño industrial. Pero si tuviera de quedarme con alguno de sus nombres con el que asentar un nuevo plan académico general que pusiera el orden que se requiere, me quedaría sin lugar a dudas con el siempre válido Diseño industrial o con el de Ingeniería Técnica en Diseño Industrial de Producto. ¡Ahí es nada!.
Creo que ésta es, pese a lo pomposo del nombre, una descripción bastante ajustada y mejor adaptada a los nuevos tiempos. Pensemos que nuestro trabajo tiene un elevado componente de ingeniería, lógicamente mucho diseño, está aun ligado (aunque muchos se empeñen en negarlo) a la industria y su finalidad general es la creación de productos, es decir objetos estructurados para que se conviertan en un bien de mercado y generen beneficios a las empresas.
Soy consciente de que el tema de la formación del diseño industrial es un tema recurrente en este espacio de opinión, no lo negaré, pero es que considero que la educación es crucial para lograr el más correcto desempeño de nuestra profesión y no debemos cansarnos en cuestionar el sistema todo lo que haga falta.
Muchos colegas me suelen trasladar la propia dificultad que tienen para definir nuestro trabajo ante la pregunta de: ¿Y tu, a que te dedicas siendo diseñador industrial?. No quiero ya ni pensar en el incremento de esta dificultad ante tanta titulación sutilmente diferente.
Aunque no os sirva de mucho me gustaría comentar que en mis tarjetas de visita aun sigue, y seguirá siempre poniendo, diseñador industrial.
Julio 2011