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Durante los últimos años mucho se ha hablado al respecto de la crisis, sus orígenes, sus causas, del propio sistema y/o del modelo social-económico al que hemos llegado.
Los mejores análisis que he podido leer sobre el tema vienen a decir que las bases del sistema eran las correctas. No perfectas pero si adecuadas para asentar una sociedad que permitiera lograr el estado del bienestar. Es decir, que en la teoría, la propuesta organizativa estaba bien resuelta y si ésta no hubiera tenido fisuras se hubiera logrado una cierta equidad en beneficio de todos.
Dicen además que es posible que si hubiéramos sido fieles al "libro de ruta", aun contemplando modificaciones y/o ajustes, no hubiéramos llegado, por lo menos no así, a la situación que todos sobradamente conocemos.
Muchos confirman que el problema ha sido, por decirlo de alguna manera, que el sistema ha sido fácilmente invadido por ciertos agentes (sectores financieros bancarios principalmente) que han logrado modificarlo y/o alterar la ecuación con la clara intención de lograr beneficios propios. Al final incluso han logrado que el peso total del modelo haya ido recayendo, poco a poco y año tras año, en el mismo sistema bancario que ha logrado tomar, en cierta manera, el poder y el control. Un sector del que no podemos olvidar que ha ido generando sus propios beneficios a partir de un crecimiento racionalmente imposible –por lo de perpetuo que tenía- a partir de la especulación y el capital público en detrimento de todos nosotros.
Ahora se admite la fallida del sistema. Ahora que todo se desmorona todo es evidente.
Se afirma que ya no podemos seguir basando el modelo social-económico en un crecimiento eterno –hasta ahora pregonado y avalado por el “dictador bancario” que tomó el sistema hace tiempo- sino que debemos volver a cambiar de conceptos y de rumbo.
Ahora, más que de crecimiento, debemos empezar hablar nuevamente de progresión y/o de progreso. Crecer justamente lo necesario siempre en función del trabajo y la riqueza real en base al esfuerzo. Nos toca ajustar la subsistencia de la sociedad –contemplando sociedades más justas- a esta nueva ecuación.
No cabe duda de que todos estos cambios, que afectan enormemente tanto a los mercados como a las consciencias colectivas, afectan por extensión al diseño industrial, entre otras muchas disciplinas.
Y es que no se puede hablar de diseño industrial sin hablar de economía o de la sociedad así que todos estos temas son muy importantes de cara a reflexionar también sobre el futuro de la disciplina.
Seguramente el diseño industrial, al igual que la arquitectura y/u otras profesiones del estilo hayan sido arrastradas durante los últimos años por esta rueda loca del despilfarro, la especulación y el trabajo sin rigor.
De hecho reconoceremos que también desde hace tiempo se habla de un cierto cambio de rumbo que sería necesario adoptar al respecto de estos oficios y sus resultados. Ser más responsables en todos los sentidos y no someternos tanto a los dictámenes de unos mercados que han estado dirigidos para la defensa de intereses muy concretos y privados.
Rumores, teorías o confirmaciones, quien sabe, pero que demuestran que algo, desde hace tiempo, no funciona.
Ahora bien, si podemos llegar a admitir que la solución a la crisis general del sistema es posible que pase por un retorno hacia un punto del pasado en el que las cosas se hacían de otra forma donde la riqueza se medía por el esfuerzo del trabajo realizado -recogiendo, eso si, todo aquello que se ha hecho bien- también podemos pensar que el modelo de futuro del diseño industrial debería pasar, quizás, por adquirir una mirada al pasado y descubrir en que punto las cosas empezaron hacerse mal y poder así emprender un nuevo camino a partir de unas bases que eran –y creo que aun- son correctas y válidas.
Al margen de analizar donde hemos fallado y como debemos emprender el camino hacía un futuro más sostenible, debemos empezar por defender y proteger más nuestro sistema industrial.
El neoliberalismo instaurado ha sobrepasado en realidad los límites de la libertad pues ésta termina donde empieza la libertad de los demás y en este sistema, ahora fallido, la libertad no ha existido para muchos nosotros sencillamente porque no hemos tenido oportunidades. Un ejemplo clamoroso es la pésima, o más bien nula, política arancelaría -que ha imposibilitado ofrecernos oportunidades para competir- que ha permitido la muerte de muchas industrias, productos y sectores locales en favor de unos productos venidos de fuera con precios sencillamente atroces.
Parece que ahora nos damos cuenta de forma evidente que aquí hemos puesto el conocimiento para que otros, sin realizar este esfuerzo, se beneficiaran con el beneplácito de unos mercados altamente permisivos. Ahora podemos empezar a reconocer lo torpe que hemos sido.
Seamos conscientes. El mercado solo será libre, no quitando barreras –como han pretendido hacernos creer- sino dando a todos las mismas oportunidades y exigiéndoles a todos las mismas responsabilidades. Cosa que pasa por delimitar ciertos aspectos.
Hablar de diseño industrial es hablar de sociedad, de economía, de industria, de seres humanos... Por ello ante cualquier acontecimiento realmente importante para el futuro del ser humano el diseño industrial no solo se verá afectado sino que deberá reflexionar y posicionarse al respecto.
Febrero de 2012