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Estoy convencido que el talento no existe como un bien y/o cualidad puramente potencial. El talento como entelequia, en su sentido más volátil, no se sustenta porque -en rigor- éste no ha demostrado su valía al respecto del propósito preestablecido.
Bajo esta creencia pienso que el talento solo es apreciable y constatable “a posteriori” en las soluciones realizadas. O dicho de otra forma más sencilla, podemos reconocer realmente el talento, como tal, una vez éste se ha materializado en una solución aplicada. Antes de esto meramente es un pensamiento, una intención, una idea con un valor por demostrar.
En cambio, se suele dar por hecho que en seno académico del diseño industrial existe un elevado volumen de talento. En realidad creo que esta sobre-valoración es extensible al mundo académico en general.
En nuestro caso concreto creo que el error puede venir ante el análisis de las propuestas que los propios estudiantes de diseño plantean en la mayoría de sus proyectos académicos e incluso en las propuestas que destinan a concursos o que realizan simplemente para ampliar su portafolio.
Objetivamente suelen ser planteamientos alejados de una realidad diaria y seguramente por ello suelen ser normalmente vistos como opciones de futuro. Es muy posible que por esta razón muchas veces esos llamativos proyectos de diseño industrial puedan entenderse –aunque creo que en general de forma bastante deformada- como proyectos talentosos.
Pero, ¿Cuantos de ellos realmente pueden llevarse a la práctica con el resultado estrictamente esperado y/o deseado?. Probablemente un reducido grupo que además se acercará mucho a lo existente y a lo reconocible.
La realidad estadística, que año tras año nos ofrece el dato de la incorporación de diseñadores al mercado, nos demuestra que este talento que presumimos no lo es tanto. Seguramente esas ideas, aparentemente el reflejo de un gran talento, responderán más bien a una falta de condicionantes reales de proyecto que al planteamiento de soluciones realmente innovadoras y viables. Se encuadran más dentro del esquema de aprendizaje que en una realidad exterior.
Aspecto totalmente lógico y necesario. Los proyectos académicos, destinados a fomentar una práctica metodológica y una estructuración mental y/o creativa, pueden estar faltos de una estrictita valoración de lo que es factible o no. Y nadie dudará de que esto no deba ser así pero sería bueno no confundir una condición de la enseñanza con un talento derivado.
En el contexto real de las empresas y del mercado ese volumen de “talento” proclamado desde las universidades y las escuelas de diseño industrial se reduce bastante en términos de colocación.
(es cierto que aquí podrá pensarse que hay excedentes de ofertas pero no es menos cierto que el talento real acaba abriéndose camino y este no aflora en el % previsto)
Finalmente son solo unos pocos diseñadores los que son absorbidos por las empresas y esto, demuestra en cierta medida, que el potencial de talento se ha desinflado al bajar a la tierra. Y es que las industrias, alejadas de entelequias de difícil comprobación –porque suponen costes, tiempos e inversiones sin una garantía- prefieren profesionales, que aun siendo los mejores creativos y presumiblemente teniendo ese talento, presenten los pies en el suelo y muestren el conocimiento de una realidad que les permita asegurar beneficios.
Dicho esto que cuestiona de forma abierta y crítica el enorme volumen de talento que le suponemos al mundo estudiantil “per se” es normal pensar que muchos de los acuerdos universidad-empresa que vienen proliferando están destinados más a la galería y a potenciar una imagen que a nutrirse de este talento en términos cuantificables. Pienso que sin un programa muy riguroso la mayoría de estas relaciones serán inanes o infértiles sino se complementan con una doctrina de control plenamente profesional y real, como no es el caso.
Sería más veraz y creíble un planteamiento de colaboración más de tipo “prácticas” que intentar extraer un valor real que es aun inexistente.
No obstante y a pesar de todo, estamos asistiendo a una especie de moda basada en fomentar acuerdos entre universidades de diseño y empresas privadas basados en la idea: “La aportación de talento”.
Si nos alejamos un poco y tomamos distancia para mirar con otra perspectiva podremos ver, más allá de las ventajas que presuntamente parecen tener todos estos acuerdos, que quizás estamos asistiendo -siempre presuntamente- a validar una estrategia mucho más perversa. Un recurso con el que, por una parte las empresas se ahorran partidas presupuestarias referentes a la contratación de servicios profesionales de diseño industrial y por la otra la universidad alcanza un engañoso valor “comercial” por el hecho de ser capaz de incorporar a la mayoría de sus estudiantes en programas empresariales y/o al mercado laboral.
Para acabar, y de cara a ilustrar un poco mejor el tema de la errónea percepción de talento y/o el potencial que muchos pretenden hacernos ver que existe en los centros docentes, puedo citar a modo de ejemplo el noticiable titular que expresaba, en campaña de inscripciones, un reconocido centro académico privado de diseño industrial, y que rezaba:
“Se colocan un 99% de nuestros estudiantes”
No puede dudarse de que es un buen reclamo comercial que seguramente habrá motivado la matriculación de muchos estudiantes. Pero presumir de esto en realidad dice bien poco de la institución o del sistema. ¿Por qué?
Pues porque todos hemos sido estudiantes y sabemos que porcentualmente en una promoción hay un % de alumnos pésimos –mucho más de ese 1% que el citado centro deja de colocar- y que solo un reducido % son realmente buenos diseñadores. El resto está formado por estudiantes que se aproximan a la franja inferior y algunos otros que se acercarán a la superior.
Así que esa afirmación –realmente muy atractiva y comercial- en realidad, si es cierta, venía a decirnos (tornándose en su contra) que el centro coloca en las empresas a pésimos y mediocres profesionales porque estos están dentro obligadamente de ese 99%.
Y es que, si se me permite decir, este juego malvado de muchos centros y empresas está proyectando un muy mal futuro a los estudiantes que no han sido, por “la selección natural”, descartados. Y mal futuro también les tocará vivir a las empresas que los contraten.
Esta reflexión no propone dudar del talento existente en el mundo académico sino más bien prentende cuestionar el volumen que se nos "vende". Soy consciente de que esta reflexión está llevada al extremo pero no podrá negarse que entre las universidades y/o escuelas de diseño industrial falta un programa riguroso de acuerdos entre empresas y estudiantes que vaya más allá de un mero mercantilismo en el que, por desgracia, el afectado final siempre es el estudiante.
Marzo de 2012