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Para que un objeto tenga sentido, desde el punto de vista del diseño, del mercado y de los usuarios, debe establecerse una lógica y correcta jerarquía de todas las funciones que integrará nuestro resultado.
Cada objeto -cada producto- tiene por norma una función principal que le da su auténtico sentido de ser. En torno a esta función, establecida como primaria, circularán sus soluciones y es también en base a esta función sobre la que se centrará realmente el proceso de diseño industrial.
A su vez, durante este proceso se incorporarán -ya sea porque también hayan sido dadas o porque responden a fines concretos suscitados a partir del propio desarrollo del proyecto- otras funciones de tipo secundarias y/u otros aspectos que permitirán que el producto adquiera un determinado valor diferencial respecto a sus análogos. Son mejoras que nos permiten incorporar el denominado valor añadido del producto.
Cabe decir al respecto que el valor añadido no tiene porque ser una cualidad alejada de la función principal o emanar directamente desde la innovación. Si la función principal supone una mejora sustancial sobre los antecedentes puede considerarse perfectamente como un valor añadido del producto.
Serán todos estos aspectos, en su conjunto y siempre sumados a la solución de la citada función primaria –normalmente práctica de uso- los que mejorarán la posición en el mercado del producto así como la relación con los usuarios. Por esta razón el resultado de nuestro planteamiento siempre será la suma de una serie de soluciones conectadas y relacionadas entre si.
Pautas como la sostenibilidad –hoy peligrosamente tan de “moda”-, la optimización, la versatilidad, la comunicación y otras tantas facetas de un producto, tanto técnicas, económicas como simbólicas están incorporadas y contempladas siempre dentro del propio proceso de diseño industrial y están además totalmente supeditadas a la solución de la función principal que ha generado el proyecto.
Es importante entender que todas las características que podemos denominar como secundarias –pese a que impregnan de profundidad el diseño- no serán posiblemente, en su mayoría, apreciables de forma evidente en el resultado. No es la finalidad y no nos ha de preocupar.
Por consecuente un objeto puede ser sostenible porque incorpora materiales reciclables, porque se han minimizado el número de piezas y/o porque tiene un largo ciclo de vida o se ha contemplado un servicio post-venta (…) o puede ser económico porque se mejoran procesos o se plantean nuevas tecnologías o materiales (…) pero estas particularidades no tienen porque ser percibidas a simple vista por los usuarios para los que ha de imperar la función principal, aquella que les resolverá una necesidad práctica.
Es decir, una silla tiene como función principal sentarse, un vaso poder contener líquido y beber, un bolígrafo poder escribir (…). Si estos objetos no resuelven estas funciones esenciales, por la razón que sea, podemos decir con total rotundidad que nos hallamos ante un mal ejercicio de diseño industrial.
Es cierto que el diseño nos permite –una vez contemplada y resuelta esta función primaria práctica de uso- que además una silla, en medida de las posibilidades generales de proyecto, sea más o menos cómoda, más o menos bonita, que exprese estatus o que sea de interior, exterior y/o esté destinada a un sector concreto... Y además podrá ser sostenible, económica o estar planteada con materiales de última generación. Son aspectos que inciden en las decisiones y planteamientos sobre materiales, ergonomía, estructuración, forma, etc… y que quedarán integrados marcando siempre el resultado.
Personalmente pienso que cómo diseñadores es un error creer que un proyecto de diseño industrial puede organizarse dándole la vuelta a la jerarquía funcional –o cuando menos es muy arriesgado si no se tiene pleno control de lo que se busca- para dar prioridad como función primaria a una cualidad excesivamente alejada de su necesidad práctica de uso.
Es vital entender que los objetos resuelven, por norma general, una necesidad práctica. No podemos generalizar las excepciones por muy buenas que éstas sean.
A partir de aquí el objeto podrá incorporar, como es lógico, otras muchas funcionalidades, cualidades y/o aspectos que nos permitirán ofrecer mucho más en función del margen que tengamos dentro del proyecto.
Organizar un producto alejado de esta norma nos obliga a variar el orden de las “oraciones de diseño” tales como; Una silla sirve para…. Una lámpara sirve para… y su resultado podría ser: Es una silla sostenible, es una lámpara económica, es…. Y al igual que sucede con la gramática o el lenguaje, en diseño industrial, debemos saber qué es un verbo, qué es sujeto, los complementos directos o indirectos para entender lo que queremos decir organizándolos en una frase.
Estructurar un proyecto de diseño industrial para que su resultado sea, siguiendo con el ejemplo, una silla sostenible, económica y que además sirva para sentarse, es arriesgarse a realizar un mal proyecto de diseño porque en esta descripción, que bien justifica muchos proyectos actuales de dudoso resultado, se traslada toda la carga del proyecto a aspectos circunstanciales y/o secundarios.
Darle una solución prioritaria a estos “complementos circunstanciales” puede incidir negativamente en la función práctica de uso, en este caso “sentarse”. Y si una silla no sirve para sentarse realmente no tiene mucha razón de ser.
Para resumir podríamos decir que lo más importante que debemos saber como diseñadores industriales es que un proyecto se organiza normalmente bajo una función primaria. Será habitualmente una función práctica de uso, por ejemplo en el caso de una silla es sentarse.
A partir de aquí se organizan también -desde el inicio del proyecto- otro tipo de necesidades y/o funciones secundarias tales como la sostenibilidad, los costes, los procesos, la durabilidad, la ergonomía, el contexto, la logística, su estructura, las solicitaciones técnicas, su lenguaje formal, la comunicación, los materiales y un largísimo etcétera al que le deberemos sumar seguramente otros aspectos que se suscitarán durante el transcurso del proceso de diseño industrial.
Todos estos aspectos, que acabarán siendo cualidades positivas del producto, no tienen porque ser evidentes en el resultado aun estando resueltos con la máxima eficacia. Y todas estas sub-soluciones deben compensarse, en mayor o menor medida, en función siempre de un resultado general donde deberá imperar una función primaria.
Cabe dejar claro que todos los aspectos, primarios y secundarios, son vitales y fundamentales para el diseño industrial pero deben estar bien organizados dentro del proyecto para alcanzar la mejor solución posible sin perder la finalidad que el diseño tiene realmente así como estar dentro de su lógico marco de actuación: El mercado.
Es algo básico. El diseño industrial debe resolver una silla en primer lugar para que nos podamos sentar en ella. El resto de particularidades de briefing estarán siempre niveladas entre sí de tal forma que muestren el mejor resultado posible de forma global sin perder de rumbo el uso. De esta forma el objeto será más o menos económico en base a los materiales y procesos seleccionados y estos a su vez estarán relacionados con sus solicitaciones técnicas y/o posibilidades formales, estructurales y funcionales, que a su vez estarán seleccionadas en función de su sostenibilidad, que a su vez estará relacionada con la función primaria (…) y así sucesivamente establecemos relaciones entre todos los elementos que intervienen en el diseño de tal manera que el resultado del proyecto sea el más compensado posible.
Realmente bastante obvio, lo se. La motivación de esta reflexión parte exclusivamente del deseo en subrayar que no debemos olvidar, ni dar por presupuesta, la función primaria de un objeto. Normalmente una función práctica de uso. Empiezan a proliferar proyectos basados en funciones no primarias que derivan en realidad en soluciones poco efectivas desde el punto de vista del diseño industrial y que aportan muy poco tanto a los mercados y usuarios como a la disciplina .
Marzo de 2012