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Nadie dudará de lo mucho que discutimos a diario sobre el diseño industrial. Probablemente así crecemos. Intercambiamos opiniones sobre sus objetivos o sobre si éste por ejemplo, debe incorporar un elevado grado de cultura, comunicación o función. Divagamos en torno a si la industria tiende a una “neoartesanía” o si es cierta artesanía la que tiende a un nuevo modelo de industria. O nada de eso.
Dialogamos sobre sus aproximaciones teóricas, su relación con los agentes sociales y económicos, sus beneficios, ideologías y sobre un sinfín de cosas más.
En definitiva ponemos en duda y discutimos casi cualquier cosa sobre el diseño porque mediante estas reflexiones todos aprendemos y el diseño se consolida un poquito más.
Ahora bien, debemos tener muy claro que si apoyamos ciertas tesis cruzaremos fácilmente, con o sin intención, algunas fronteras ideológicas y podemos acabar ubicados en nuevos estadios de pensamiento que probablemente nos alejarán de la función que da sentido -o se la ha dado hasta ahora- a la disciplina. Tengamos en cuenta el riesgo que tienen ciertas opiniones y juicios de valor precisamente porque nos obligan a actuar en consecuencia.
Una de estas barreras que hemos traspasado desde hace un tiempo es la de aceptar, dar por bueno y/o ver con cierta normalidad el hecho de que los diseñadores industriales sean los que originen los planteamientos desde la nada. Los que decidan nuevas soluciones de forma autónoma, las desarrollen e incluso las produzcan. Todo en uno.
Debemos ser objetivos y aceptar que todo proyecto -con apenas unas pocas excepciones admitidas- debe de llevar tras él un "encargo al uso". Es decir, debería ser una empresa y/o industria, ajena al propio diseñador, la que estructurase la necesidad precisa y encargara el diseño para posteriormente fabricar por sus medios, propios o ajenos, el producto.
Esta es la secuencia natural para la que el diseño industrial, como disciplina, se ha configurado. Desde siempre el diseño (de forma mayoritariamente) ha recibido un encargo restringido a un margen de necesidades. Trabaja siempre de forma condicionada y pretende por encima de todo unos objetivos preestablecidos y muy concretos.
Por esta razón desde la mesa de un diseñador industrial solo debería salir diseño. Parece obvio pero cada día es más frecuente ver como nos intercambiamos los papeles y como rompemos la secuencia anteriormente descrita.
Hoy es muy común ver a diseñadores que formulan propuestas sin tener detrás un encargo de terceros. Actuando además como productores y mediadores.
Un diseñador, por lo general, no dispone de las estructuras, infraestructuras y medios para poder adoptar este papel con la solvencia, el rigor y la calidad suficientes. No ha sido nunca su finalidad y es lógico que así sea. Por no hablar del presunto desconocimiento que puede presentar al respecto de unos usuarios sectorizados por el mercado, de los medios de distribución, las redes comerciales, etc… Carencias que suponen la primera causa de fracaso de estos procedimientos libres y así lo hemos podido constatar en algunos casos.
Solo con buenas intenciones, de las que no debemos dudar cuando se traspasan ciertas fronteras, no se logran las cosas.
Puedo llegar a entender que está de “moda” hacérselo uno mismo. Y creo que lo está porque se están malinterpretando las nuevas tesis sobre la industria, su modelo y su futuro.
Desde hace un tiempo se habla sobre la necesidad de una re-invención de la industria y/o de su propia reestructuración. No cabe duda de que ésta –de la mano además del diseño industrial- debe buscar nuevos modelos de subsistencia. Y parece que ya está en el camino.
Inmersos en esta reflexión interna que está realizando la industria, aspectos y/o ámbitos como la artesanía, la individualización, los procesos, las tecnologías, la precisión de las necesidades, la calidad, los valores más allá del consumo y un larguísimo etcétera están sobre la mesa constantemente. Aquí reside quizás la malinterpretación y la actuación de muchos profesionales. Se están dando por buenas ciertas conjeturas teóricas.
Pero debemos decir que aun falta un largo camino que recorrer. Como diseñadores no debemos avanzar nunca sobre entelequias y/o adelantarnos más de lo necesario porque podemos dejar de lado la realidad, las funciones y los objetivos aun vigentes.
Los que nos dedicamos al diseño solemos pensar que somos capaces de adoptar estos papeles generales. Pero no. Es un error. Una cosa es la gestión y otra muy diferente es la implicación como parte activa.
De momento el diseño no nos ha dispuesto de nuevas estructuras o canales que nos permitan adoptar estos papeles y decir que será así en un futuro es aventurarse. Así que de momento, desdibujar el diseño industrial para acercarlo a nuevas tesis aun por validar, probablemente nos llevará a fracasar.
Reitero que siempre existen excepciones y casos muy particulares que enfocados desde un punto de vista artesanal o incluso desde el “arte” aun tienen razón de ser. Pero ese, de momento, no es el caso general ni la sintonía del actual diseño industrial.
Es “goloso” tener la capacidad de hacer cosas y no poder hacerlas por tener que encajar en un esquema o adecuarse a unas normas. Escapar al sistema suele estar provocado normalmente, más que por la visión romántica del inconformismo o el afán de la búsqueda de un nuevo horizonte, por un motivo más profano y sencillo: Por disponer de una salida ante una falta de oportunidades.
Podemos aceptar que muchos piensen:
- “Si no me llegan encargos los genero yo mismo” Pero no es el camino más adecuado. Eso si que debería quedar claro.
El camino que debe seguir el diseño industrial en realidad es más bien el inverso. Debe seguir derivando todos los esfuerzos, tanto de divulgación como de otro tipo, a crear estas oportunidades y a seguir ofreciendo unos objetivos ya definidos mientras estos sean válidos y/o hasta que no exista una nueva y fiable alternativa.
Debemos pues, fomentar la supervivencia de las empresas e industrias dentro de esquemas similares que tan buen resultado han dado. O en su defecto facilitarles esa reconsideración interna que deben hacer.
Debemos hallar una forma de activar el sector industrial, cambiar el mercado o crear nuevos modelos que no supongan el derrumbe del diseño industrial.
Soy consciente de que sobre este tema en concreto ya he hablado en otras ocasiones pero nunca está de más ir reiterando aspectos importantes y más en estas fechas. Recordemos que en breve serán miles los nuevos diseñadores industriales que saldrán graduados de las universidades y las escuelas de diseño y que lógicamente intentarán incorporarse al mundo laboral con unas ganas terribles de hacer cosas.
Se lanzarán a la búsqueda de oportunidades y posiblemente una gran mayoría, agotados por el esfuerzo que la crisis ha sumado a esta tarea, busquen, inventen o se sumen a otras fórmulas con el riesgo de alejarse así del diseño industrial. Un diseño industrial aun totalmente válido aunque no dudo que se halla en un momento de profunda reestructuración.
Junio de 2012