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Me gusta pensar que el diseño industrial es un proceso que se realiza principalmente con dos impulsos; uno intelectual (más controlado) y otro emocional (totalmente impulsivo).
Dos elementos dependientes dentro del diseño que logran, a partir de su precisa complementación, un concreto equilibrio de fuerzas que nos catapultan hacía soluciones y resultados frescos, renovados y siempre con sentido.
El primer impulso –más racional- acciona todos aquellos engranajes del diseño industrial que alimentan el proyecto con aspectos y valores que lo acercan al ser humano. Por decirlo de algún modo nutre el proceso para que el diseño sea comprensible y resulte un elemento cultural.
Mediante este mecanismo intelectual el diseño trasciende de lo artificial en el sentido que adquiere validez humana como prótesis. Entendemos así que el diseño es necesario y que le sirve al hombre para poder moverse en su cotidianidad y vivir su contemporaneidad con las máximas prestaciones y comodidades posibles.
Es un impulso que se carga con el pensamiento crítico, la razón, la objetividad, la filosofía, el análisis y otros muchos elementos que acaban conformando siempre una realidad probable y/o factible.
El otro gran impulso –más libre- son las emociones. Mediante éstas el diseño es capaz de reinventarse en cada proyecto. Nos permiten ofrecer soluciones novedosas y plantear las más inverosímiles preguntas con las que lograr siempre nuevas e infinitas variables. Es un impulso que dibuja movimientos mucho más libres aunque están lógicamente restringidos, dentro de este esfuerzo de conjunto, al ritmo de su pareja intelectual.
Está alimentado por la ilusión, los deseos, la imaginación, la pasión, los sueños, el amor y las esperanzas.
Ambos impulsos vendrían a ser para el diseño como las dos gomas de un tirachinas. Si la tensión no está debidamente repartida y compensada el proyectil siempre se desvía o el tiro es directamente fallido por muy buena que sea la destreza del tirador.
Así que el éxito de un proyecto depende del resultado de la suma de las porciones de cada una de estas tensiones que actúan en el diseño.
Me gusta pensar que el diseño industrial es un equilibrio constante entre la razón y la locura humana al servicio de un mundo más cercano y cómodo a través de la relación del hombre con su entorno artificial.
Julio de 2012