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El diseño industrial como compromiso.

Los proyectos se resuelven, sí; pero ¿cuanto nos dejamos los diseñadores en cada uno de ellos? Seguramente mucho más de lo que algunos imaginan. El desgaste que provoca en nosotros la ansiedad y la presión es siempre un pago excesivo que solo es soportable si nuestra dosis de amor y de pasión por nuestra profesión es mucho mayor que todo lo que, queramos o no, siempre resta y tanto nos erosiona.

Obviamente no me refiero a ese “diseño” que apenas despega del papel. No hablo de ese “diseño industrial” superficial firmado –o no- que muchos supuestos diseñadores arrojan a otros profesionales para que se quiebren la cabeza y hagan imposibles, hablo del diseño como proyecto. De ese diseño que es proceso y que va desde la A a la Z. De asumir la responsabilidad de dar solución a un problema ajeno, dado escrupulosamente por un tercero, y darle forma desde la nada más absoluta con la única compañía de la incertidumbre más inhóspita.

Aceptamos los proyectos porque somos diseñadores –profesionales- y porque es nuestro sustento pero en cada sí que damos, también somos muy conscientes de que nos hemos lanzado –otra vez- al vacío.
Es nuestro trabajo, es muy cierto. Pero no estoy tan seguro de que, ciertas verdades que tanto nos angustian a muchos y que forman parte de la profesión, se hagan entender a los más jóvenes en la medida en la que se les trasladan responsabilidades. La difusión de un diseño industrial principalmente visual, estereotipado y frívolo, marcado por el éxito y los likes, tampoco ayuda mucho a concienciar a los nuevos diseñadores de que el diseño es una profesión dura y sufrida en el que todo resultado tiene consecuencias. De esta forma, cuando se enfrentan cara a cara con la realidad del proyecto llegan las frustraciones y los desencantos. Y las escapadas hacía adelante en las que, los que no llegan a soportar esta aplastante verdad, acaban –cuando no abandonan este campo- por someterse a ese “diseño” entrecomillado que nada tiene que ver con el diseño.

En nuestras manos; siempre un dinero que no es nuestro y la mirada atenta del cliente que espera lo mejor. Asumimos la responsabilidad de cumplir, de gestionar ilusiones ajenas que conforman las realidades sociales de nuestro tiempo. En este estadio, el proyecto deja de ser proyecto para convertirse en compromiso, en compromiso personal porque somos diseñadores pero antes somos personas y el proyecto es una palabra dada y eso pesa. Pesa mucho.
Un fiasco –y otro- puede influir en el seno de cualquier empresa y puede conllevar consecuencias terribles e incalculables que suelen afectar siempre a personas. Algo que solemos tapar constantemente a través de la idílica imagen que muchos se empeñan en lanzar de nuestro trabajo. Cuando no, algunos ilustrados incoscientes van pregonando las bondades de la "cultura del error".

Esta es la realidad señores: El diseño industrial sin comillas es una disciplina árida. Y no hay otra realidad más suave porque el proyecto como proceso es un territorio demasiado hostil en el que nada importa sino existe finalmente solución. Y no una solución cualquiera sino LA SOLUCIÓN. Aquella para la que se nos ha requerido como diseñadores industriales en cada ocasión concreta. Sencillamente porque no somos investigadores en su concepción clásica, ni se espera de nosotros una visión sin más sino que nos movemos en el territorio de lo práctico y lo fisico. De los objetos y las cosas que pueden ser un bien comercial, venderse y usarse. No te engañes.

Ahora que lo sabes, es tu responsabilidad dedicarte a esto.

Y entre la lógica y ordinaria ansiedad que muchos de nosotros aprendemos –sin remedio- a soportar en ámbito del diseño industrial entendido como compromiso, encima tenemos que aguantar las constantes tonterías vertidas por nuestros representantes más notorios que solo hablan de un diseño feliz de cartón piedra, dignidad y visibilidad.

Agosto 2019