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Innovación y valor añadido. Metas deseadas del Diseño Industrial

Creo que una de las cuestiones que hacen que el diseño industrial sea una profesión compleja, en cuanto al resultado que se le demanda (más allá de la función y de una aportación creativa que siempre se le presupone) es que deben ofrecerse soluciones innovadoras, es decir productos mejores. Objetiva y mesurablemente mejores.

Siempre he diferenciado claramente entre los conceptos de innovación y valor añadido. Dos conceptos que permiten esas mejoras en diferentes niveles.
Cierto es que la innovación y el valor añadido parecen ser lo mismo o ir aparentemente de la mano y muchas veces se suelen confundir porque además uno puede representar al otro ya que si hay innovación podemos hablar también del valor añadido de un producto aunque no podemos hacerlo en sentido contrario de forma estricta. Pese a esas similitudes creo que son en esencia muy diferentes.

Nadie negará que en los últimos años estos conceptos han generado muchos beneficios y han estado muy de moda porque permiten incorporar valores positivos a los productos logrando con ello una mejor aceptación de los mismos así como una mayor cota de mercado. Sobre ellos se han estructurado ciertas políticas de crecimiento industrial y de los mercados y hoy día además siguen vertebrando la mayoría de las políticas de I+D+I siendo vitales para las industrias.

Podríamos decir a grandes rasgos que ambos conceptos tienen en común que permiten soluciones en las que siempre pueden apreciarse importantísimas novedades respecto a productos anteriores. Novedades y mejoras que suelen además motivar la obsolescencia de ciertos productos, tipologías o sistemas frente a estas nuevas versiones mejoradas. Entenderemos por todas estas razones que estos valores, debidamente planteados e incorporados, tienen una gran repercusión en el diseño industrial y que es fundamental tenerlos siempre muy en cuenta y saber con exactitud a que responden. En diseño todo debe ser intencionado y no debe de haber lugar para la improvisación.

Bajo mi punto de vista y de modo muy sintético puedo decir que para mi el primer concepto respondería normalmente a la incorporación de mejoras funcionales, estructurales, económicas y productivas en los productos. Mejoras que deben ser objetivamente contrastadas y que pueden medirse y/o cuantificarse en base a su efectividad.
Mientras que el valor añadido, por el contrario, suele responder más bien a la incorporación de ciertos valores emocionales, perceptivos y/o espirituales que serían de tipo más subjetivo y que se fundamentan normalmente en prestaciones elevadas, en la idea de que las cosas están bien hechas y en aquello que representan o han representado. Estas apreciaciones permiten que el producto sea mejor valorado por los usuarios y/o consumidores.
Pero para comprender de forma mucho más clara y mejor esta diferencia podemos poner un ejemplo donde se ve claramente lo que significan:

Encontramos innovación cuando podemos decir de un producto, por ejemplo:

- Esta botella se cierra mejor y se abre mejor que las existentes (se ha mejorado el sistema de cierre), esta maneta de puerta se coge y se acciona mejor que sus antecesoras (se ha mejorado la ergonomía y su funcionamiento) o esta maleta es de un nuevo material que la hace más ligera y resistente que el resto (se han propuesto materiales no habituales permitiendo mejoras), este coche es más seguro, esta plancha es más barata pero igual de buena que la versión anterior…
Todas estas afirmaciones hacen referencia claramente a funciones, usos o elementos mejorados de forma explícita respecto a experiencias pasadas con tipologías de producto iguales así que podemos decir que muestran innovación.

En el caso del valor añadido podríamos encontrarlo cuando podemos plantear afirmaciones del tipo:

- Estos zapatos son italianos (están “de entrada” bien hechos), esta nevera es Alemana (es “de entrada” de calidad), este asidero tiene un tacto muy agradable (valor perceptivo positivo), etc,…
Son características más subjetivas o menos demostrables, pero no por ello menos importantes, que permiten que los productos tengan más valor de cambio para los usuarios.

Personalmente creo que de los dos conceptos sería la innovación la que podría representar la meta más buscada del proceso de diseño industrial y simboliza lo que se espera de un producto por parte de los clientes, la industria, el mercado en general y los usuarios.

La dificultad en ser innovadores reside entonces en que el diseñador industrial no inventa, no crea por norma general tipologías nuevas desde la nada con las que se podría disponer de más libertad y donde las diferencias serían notables sino que recoge las necesidades de una empresa, que fabrica productos ya definidos, y a partir del análisis del mercado (que también existe) plantea nuevas alternativas. Esto obliga al diseñador a contemplar referencias reales y viables en su proceso de diseño por lo que la creación y el planteamiento de algo novedoso es mucho más difícil porque resulta también mucho más complicado escapar de estas representaciones existentes.

La innovación debe suponer una nueva mejora sustancial de la experiencia vivida en la relación con un producto y eso no siempre es fácil.

Generar una propuesta de diseño industrial sin innovación no deja de ser una mera alternativa y/o variación formal o estructural de algo existente y por ello es una actuación simplemente superficial careciendo de “interés” para el mercado, la industria y los usuarios, a no ser que logremos incorporarle, por lo menos, valor añadido.

Mayo 2011