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Hay días en los que uno no está muy fino. Y he de reconocer que en mi primer Design&Drinks de Vilanova i La Geltrú del pasado día 19 yo no lo estuve. Por lo menos esa es mi impresión.
Cuando participo en un evento de diseño siempre trato con el máximo respeto a los asistentes e intento ofrecer lo mejor de mí. Me consta que muchas veces supone un esfuerzo para ellos romper las rutinas cotidianas y hacerse un hueco para acudir a ciertas citas. Así que me he tomado la libertad de escribir la idea que quería expresar en el Design&Drinks y que desafortunadamente creo que no logré trasladar con mucha claridad.
Espero poder mejorarlo desde aquí, aunque tengo muy claro que el tema es algo complejo para una charla de 15 minutos y lo es también para exponerlo en unas cuantas líneas. Mi propósito era hablar de la estética del diseño industrial y su posible argumentación teórica.
Debemos reconocer lo mucho que hemos llegado a diluir el significado de ciertas palabras cotidianas del diseño. Hoy, entre otros muchos, el concepto “estética” apenas significa nada como elemento teórico para los profesionales del diseño.
Pero no darle el valor y el contenido adecuado a las palabras, en una disciplina dónde lo que básicamente manejamos es el lenguaje, es un problema. Un enorme problema que hace pensar que el diseño industrial necesita de un diccionario propio con urgencia, como tantas y tantas veces he reiterado.
Inicié mi charla alabando el contexto del encuentro porque soy de los que creen que el diseño, en cualquiera de sus disciplinas, es una labor principalmente intelectual y que como tal no está muy alejada, en esta tradición tan nuestra, de los bares. Sólo hace falta recordar, salvando lógicamente todas las distancias y las comparaciones, aquellos encuentros entre artistas, arquitectos, escritores,... que se daban en los ateneos, los casinos y los cafés del siglo pasado. Los bares han sido, en la historia de nuestro país, un lugar desde dónde cambiar las sociedades a través de las ideas y las palabras.
Considero, en términos generales, que la gran habilidad del ser humano, más allá de las que tradicionalmente se le otorgan, es en realidad la capacidad de comunicación. Una capacidad dónde el lenguaje escrito y/u oral es un canal fundamental que nos permite articular el pensamiento y las ideas de forma muy precisa. Probablemente esto justifica "per se" que el diseño, entendido como comunicación, es en sí mismo cultura.
La mayoría de experiencias, acciones y sentimientos los procesamos a partir del lenguaje. Si más no, por lo menos si su explicación y justificación, tanto delante de otros como para nosotros mismos. Razonamos con palabras y creamos y diseñamos también con ellas, aunque no seamos muchas veces conscientes.
Por esta razón debemos intentar dominar este lenguaje en toda su magnitud. Está presente de forma determinante en la mayoría de fases que componen el proceso de diseño. Definimos el propio proyecto, sus problemas y los objetivos. Lo dejamos todo escrito. Traducimos los conceptos para que éstos puedan ser legibles por terceros. Expresamos funciones y usos e intentamos que nuestro producto –el resultado- sea una unidad coherente capaz de transmitir los mensajes que hemos pretendido incorporar, desde los más pragmáticos y funcionales hasta los más emotivos.
El lenguaje oral y/o escrito -la palabra- es tan importante en el diseño que incluso sus resultados son fácilmente reconocibles bajo sus formas, como por ejemplo la metáfora o la alegoría. ¿Cuantos objetos no nos dicen otras cosas más allá de lo literal o nos hablan de ciertos personajes y/o situaciones, verdad?
Un proyecto de diseño está lleno de códigos con los que los diseñadores transmitimos mensajes para que los usuarios sean capaces de entenderlos y con ellos su contexto artificial, su sociedad y el tiempo en el que viven.
De esta forma, no tener ciertas ideas claras sobre nuestras herramientas comunicativas, no solo nos impedirá controlar el proyecto sino que dificultará la relación con nuestros interlocutores directos; los clientes, el mercado y los usuarios.
A pesar de la importancia que, por lo menos para mí, tiene el lenguaje escrito dentro del diseño, creo que la gran mayoría de diseñadores lo usamos muy mal y de forma muy "descafeinada". Por este motivo también diseñamos muy mal y con muy poca profundidad. Solo hace falta acudir a lo que muchos diseñadores entienden por “la estética del diseño”.
Seguramente si preguntáramos a los diseñadores al respecto de lo que entienden por la estética del diseño, una gran mayoría aludiría a los rasgos externos visuales de aquello que observan. Es decir, a la apariencia externa de las cosas. Y además la adjetivarían en función de épocas, estilos, formas y/o pensamientos. Así que podríamos encontrarnos que al pedir ejemplos estéticos (algo que sería una incongruencia bajo mi punto de vista pero totalmente natural en esta deformación del lenguaje del diseño) seguramente muchos citarían la presunta estética minimalista, la estética apple, la estética barroca, la estética…
Pero esta configuración de la estética no existe en el diseño. Es una falacia y una argumentación que se desmonta por si sola, no solo porque no deja de ser un sinónimo de apariencia, de aspecto y/o recurso formal sino porque el diseño industrial con un propósito perpetuo de crear e innovar, escaparía constantemente a los adjetivos ya existentes. Así que estaríamos, bajo esta particular forma de entender la estética, sometidos continuamente al bautismo de nuevas y absurdas categorías; la estética tecnológica, la estética robótica, la estética Starck, la estética…
(Llegados aquí, encuentro interesante hacer un paréntesis para que conozcáis mi idea al respecto de las diferencias existentes entre aquello que observamos del diseño (lo formal) y lo que le da sentido al diseño (la estética). No sólo advertiréis dónde se produce el error de significados sino que entenderéis perfectamente a lo que me refería cuando hablaba en el Design&Drinks sobre que la estética es solo constatable; existe o no existe.
Podéis linkar desde aquí pero volver nuevamente que no he acabado...)
Bien, como decía antes del paréntesis, esta idea tan extendida y deformada de la estética es muy pobre, por lo menos para el diseño que yo entiendo. No sirve para articular proyecto alguno. Muy al revés, supone ser en realidad un lastre porque hace desaparecer el propio proceso de diseño. Pero, ¿por qué? Pues sencillamente porque crea un estereotipo inicial sobre el que siempre se centran el resto de problemas del proyecto (y por extensión sus soluciones) y no hay escapatoria proyectual.
Trabajar de esa forma nos hará tamizarlo todo a partir de esa imagen preconcebida. Creo que lo comprenderéis muy bien si analizáis en profundidad la siguiente frase:
“Si cuando te encargan diseñar una silla te pones a dibujar sillas, no solo te cargas el proceso de diseño sino que no escaparas de lo existente”
Reconociendo que esta visión de la estética del diseño es extremadamente simplista y no guarda relación con la profundidad que incluso el propio concepto tiene en sus tratados para el Arte, la Arquitectura y/u otras disciplinas, pienso que el diseño requiere de su propio discurso estético. Un discurso que le otorgue un valor más universal (que no admita sinónimos) y que además permita, no solo entroncarse con una teoría general del diseño sino con otros muchos conceptos de nuestro ámbito cotidiano-profesional que hoy también han perdido parte –o todo- el significado y el valor, al igual que la estética. De no poner soluciones, a este paso, acabarán teniendo razón aquellos que dicen que diseñar es hacer dibujitos.
Pues bien, y para concluir, una posibilidad de dicho discurso teórico sobre la estética, amparado bajo la convicción de que el diseño es comunicación, bien podría estar organizado como el lenguaje en su sentido gramatical más estricto.
De esta manera podría considerarse que el resultado del diseño es una unidad integral (una oración) que se estructura con la suma y la interconexión de una enorme serie de variables (elementos gramaticales) que le dan, uno u otro significado y sentido al mensaje, a la historia que pretendemos contar.
Y al igual que cuando intentamos expresarnos de forma escrita y/u oral mediante la palabra lo hacemos formando oraciones (que se entienden o no) y la suma de ellas de forma ordenada y coherente nos ofrecen un relato -un sentido-, el resultado estético del diseño, es decir su descodificación (existe o no), estaría relacionado directamente con la estructuración de esas variables que rigen, sin un control inicial en el proyecto, el resultado final.
Pues esto era más o menos lo que quería expresar en el Design&Drinks de Vilanova i la Geltrú. No se si ahora ha quedado un poco más claro. Espero que si.
Básicamente lo que quería decir abiertamente es que diseñamos mal porque no controlamos las palabras cotidianas del diseño (y por extensión formamos mal a nuestros diseñadores) y por otro lado, entendiendo que el diseño es comunicación, me aventuraba a proponer que la teoría estética del diseño se podría estructurar a partir del análisis del lenguaje escrito.
Sobre este último punto quiero decir que tengo algunos apuntes más detallados sobre como se articularía esta estética del diseño industrial y espero poder exponerlos cuando estén un poco más ordenados.
Aprovecho para reiterar desde aquí mis agradecimientos a Victor Neiro y Javier Pfaff de MESDI por la invitación al evento, al Bar Lotus por acoger a este grupo de locos que somos los diseñadores, a los ponentes por dejarme aprender de ellos y lógicamente a todos los asistentes. Muchas gracias.
Diciembre 2014