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Crítica del diseño; una asignatura tan necesaria como olvidada.

A lo largo de mi vida profesional como diseñador he tenido la oportunidad de conocer de primera mano el planteamiento académico de muchas Escuelas y Universidades donde se imparte diseño industrial y/o diseño de producto.
Cuando he tenido la ocasión de compartir con profesores y alumnos como fue la experiencia educativa de muchos diseñadores de mi generación formados en los años ‘90, todos, sin apenas excepción, se han sorprendido sobremanera de que ciertas asignaturas y/o procedimientos hayan dejado de impartirse en los nuevos planes de estudio implantados a principios de siglo.

En lo que se refiere concretamente a los alumnos, también en una inmensa mayoría reconocen estar muy desencantados con la formación recibida e incluso, algunos afirman estar frustrados. Esto es algo que lógicamente no airean a los cuatro vientos pero que, en conversaciones privadas y/o entornos restringidos al amparo de un café o una cerveza, suele aflorar con bastante naturalidad.
Los docentes, por su parte, apostarían por una re-centralización de todas las materias impartidas al ámbito exclusivo del proyecto y sobre todo demandan, con bastante coherencia, más formadores que sean diseñadores en activo o que posean una dilatada experiencia profesional que permita trasladar a los alumnos, de la forma más actualizada posible, la realidad del diseño, del diseñador, de la industria, del mercado, los clientes y de la sociedad.

Para reconocer estas importantes carencias solo hay que atender al discurso de los más jóvenes diseñadores actuales y/o a los medios especializados y/o las redes sociales para entender que algo está fallando estrepitosamente. La frivolización de la disciplina y sus métodos, la cultura del error, el ensalzamiento de los talentos a la misma velocidad que se destierran y/o el diseño entendido simplemente como apariencia, abocan la mayoría de los resultados de diseño actuales hacía una mediocridad que está peligrosamente normalizándose.
Durante los últimos años parece no importar la justificación, el esfuerzo y el trabajo bien hecho (sometido a un método y a una finalidad) para darse preferencia a una presunta novedad constante que hay que ir quemando a un ritmo insostenible para alimentar las voraces redes sociales y nuestros propios egos.
Observando este “escaparate de las vanidades” es dónde se evidencia claramente que el diseño industrial es hoy, bajo esta visión, un cajón de sastre en el que cabe cualquier cosa con tal de salir en la foto. Su definición, que pocas veces se tiene en cuenta en el ámbito académico, se ha abierto de forma incomprensible derivando en una disciplina sin apenas discurso intelectual propio y sólido. E incluso a veces, hasta resulta absurda.
En este entorno, los que dominan la semántica y tienen la capacidad de contar historias aproximan con suma facilidad el discurso del diseño –su redefinición subjetiva- hacía su propio terreno e intereses, ya sean individuales o colectivos. Abriendo la puerta a todo tipo de incursión sabiendo que el desorden favorece sus movimientos y su existencia.

Creo sinceramente que no estamos preparando a nuestros jóvenes diseñadores para cultivar la intelectualidad que puede ofrecernos el diseño industrial pero lo peor es que ni tan siquiera los formamos para la realidad que les espera ahí fuera. Y no porque no adquieran los conocimientos suficientes en las escuelas y universidades, algo que no me atrevería a poner en duda, sino más bien por la falta de la articulación de un pensamiento crítico sobre el diseño como disciplina capaz de zurzir y someter a todo el programa académico a una clara y reforzada idea del diseño. En definitiva, a las nuevas generaciones nos falta hacerles entender que el diseño posee discursos inquebrantables y que son sobre estos sobre los que tradicionalmente los diseñadores hemos crecido personal, profesional e intelectualmente.
Es hora también de recordarnos –y recordarles- que establecer límites y saber moverse dentro de esas restricciones le supone siempre al diseñador una ventaja y esto es algo que se ha perdido en el nuevo dibujo formativo del diseño, cada día más abierto y sometido a influencias subjetivas e interesadas de otros muchos ámbitos, como ya se ha dicho antes.

Está claro que no podemos asumir una enseñanza renacentista o tan ideal como la que bien pudiera plantear teóricamente el fallecido maestro Tomás Maldonado en algunas de sus reflexiones sobre el aprendizaje del diseño industrial pero no es menos cierto que el diseño, en el nuevo ciclo académico abierto desde principios de siglo, ha venido devaluándose en comparación con otras épocas pasadas. Tanto es así que hoy muchos miramos con cierta nostalgia –e incluso envidia- a los que tuvieron la fortuna de poder formarse en lo que fueron centros del pensamiento del diseño del siglo pasado.

Ante esta situación, creo firmemente que la RE-introducción de algunas de esas “abandonadas” asignaturas y/o retomar ciertos enfoques aglutinadores pueden volver a ser de gran valor académico para el diseño y para los alumnos. Una forma de devolver el prestigio intelectual a las instituciones y a los estudiantes, a la fin son ellos los que realmente importan porque ellos son el futuro del diseño y los transmisores de este oficio para las nuevas generaciones.

Antecedentes

En el siglo pasado, o mejor dicho en el “ciclo formativo pasado”, los planes académicos -denominación 63- de muchas escuelas de diseño donde se impartía la especialidad de Diseño Industrial, se modificaron a criterio exclusivo del profesorado para enriquecer el enfoque disciplinar. Entre ellos podemos encontrar el que estableció el propio claustro del Dpto. De Diseño Industrial de la E.A.A. i Oficis artístics Llotja de Barcelona. En él se introdujeron muchas asignaturas “fuera de pista” que contribuyeron, sin lugar a dudas, a lograr una formación de muchísima más calidad que la que podíamos encontrar en otros centros donde se impartía también diseño en aquella época.

Entre las asignaturas que se impartían en ese período destacaban la de “Ecodiseño” y la de “Crítica”. La primera por la conciencia y la responsabilidad que, ya por aquel entonces, se integraban de forma obligada en el trabajo del diseñador. Y la segunda por ser una asignatura destinada principalmente a lograr la maduración intelectual de los alumnos vs al diseño y por establecer un marco idóneo para la teoría. Una materia encaminada a aprender a mirar al diseño desde un punto de vista humanista e intelectual que habría de ofrecernos también poder hablar del diseño en términos más filosóficos, humanos y críticos. Y es esta materia, hoy desterrada, la que expongo aquí para su reconsideración.

La organización de esta asignatura era bastante sencilla, mucho. Se introducía un tema de actualidad relacionado con el momento académico de los alumnos y se exponía a discusión por parte de todos en contraposición y/o alineado a las finalidades del diseño.
A partir de este debate el alumno, no solo adquiría conocimientos nuevos y la capacidad de hablar en público, exponer su visión y sus ideas sino que, hoy visto con perspectiva, la asignatura iba mucho más allá enseñando realmente a los alumnos a pensar. Y a hacerlo además, no solo en su ámbito individual o desde su zona de confort sino que se aprendía principalmente a pensar en público y/o en equipo y en directo. Era una materia que obligaba a los alumnos a ser frescos, rápidos, dinámicos y flexibles. Algo que tiene mucho valor para el futuro profesional, enfrentado constantemente al contraste de sus ideas y planteamientos frente, por ejemplo, a los clientes y/o la realidad laboral.

Planteamiento de la asignatura

Una asignatura organizada en torno a temas de actualidad en contraste con las finalidades del diseño y las materias a desarrollar que permite fomentar el pensamiento crítico del alumno mientras se absorben también conocimientos pertinentes sobre la disciplina y su marco teórico.

Finalidad

INDIVIDUAL, adquirir conocimientos y/o la capacidad para:

- Aprender a hablar en público.
- Organizar los pensamientos.
- Aprender a debatir.
- Respetar opiniones.
- Aprender a reflexionar.
- Establecer nuevos puntos de vista.
- Tomar consciencia de la intelectualidad del diseño.
- Ser críticos.
- Aprender a justificar las posiciones.
- Conocer las finalidades del diseño.
- Adentrarse en las definiciones y la teoría del diseño.
- Ser consciente de la necesidad de cambiar posiciones.
- Amueblar la cabeza.
- Tener capacidad de análisis de los resultados de diseño.

COLECTIVA, favorecer una definición de la disciplina:

- Fomentar la articulación de un discurso teórico sobre el diseño industrial.
- Ofrecer un marco delimitador al diseño.
- Adquirir las responsabilidades del diseño.
- Circunscribir el ámbito laboral del diseñador.
- Calidad profesional.

Estoy seguro de que enseñamos muy bien a diseñar a nuestros alumnos pero ¿los enseñamos también a pensar? Y, ¿es posible desarrollar una carrera profesional como diseñador sin esta premisa?

Enero 2020