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Hacer realidad las ideas, de Scott Belsky

Leído el libro y, dado que lo prometido es deuda, aquí va mi impresión:

De entrada, hay que decir que se trata de un libro bien traducido, bien corregido y correctamente escrito, algo que habla muy bien del trabajo editorial de GG. Es un detalle que el lector agradece y que, en cualquier tipología de publicación, dignifica el texto y la experiencia de lectura. Se hace literatura.

En cuanto a la edición gráfica, es cierto que la maquetación presenta algunos aspectos mejorables: los márgenes excesivamente ajustados al borde superior y al centro, así como el uso de notas en flúor sobre blanco, rompen el ritmo de lectura y generan cierta incomodidad visual, al menos para quien escribe. Nada especialmente grave, pero sí lo suficientemente presente como para entorpecer la concentración.

A nivel de contenido, el primer problema aparece muy pronto y no es menor: la ausencia de una definición clara de qué debe entenderse por “idea”. Es, probablemente, el término más repetido a lo largo del libro y, sin embargo, se utiliza de manera ambigua, colocando al mismo nivel —si se quiere— ocurrencias, pensamientos, proyectos, propósitos, planteamientos o simples chispazos. Esta indefinición convierte el manual en una herramienta excesivamente abierta que, lejos de empoderar al lector que va a poner el método en práctica, puede conducir a expectativas poco realistas y, en última instancia, al desengaño, provocando incluso el efecto contrario al que el libro persigue.

En esa misma línea, en algunos pasajes se distingue entre buenas y malas ideas, pero sin que se establezca ningún criterio claro que permita diferenciarlas. El método parece funcionar indistintamente para cualquier tipo de idea, con independencia de su calidad, valor o pertinencia. De este modo, el foco se desplaza del juicio crítico a la mera capacidad de ejecución, como si toda idea mereciera ser llevada a la práctica por el simple hecho de poder serlo. Y aunque el libro propone herramientas para licuar, filtrar y afinar las ideas que deberían ver la luz, no apostaría a que siempre sobreviven las mejores; basta con observar la cantidad de ideas llevadas a la práctica cuyo fracaso resulta hoy evidente.

Tampoco queda del todo claro a quién va dirigido el libro. Aunque la lectura es ágil, siempre es bueno leer y nunca está de más asomarse a otros enfoques, creo que para los diseñadores profesionales el planteamiento puede resultar poco novedoso. Someter las ideas a un proceso, evaluarlas, desarrollarlas y contrastarlas forma parte del ADN del proyecto, y es precisamente eso lo que el libro presenta como principal aportación. Si se detectan carencias en este sentido, la responsabilidad es en gran medida académica: sencillamente, estamos enseñando mal a diseñar.

Los ejemplos están bien escogidos y cumplen su función ilustrativa, pero, bajo mi punto de vista, pueden generar cierta fricción en el lector europeo. En ellos se expresa una cultura del trabajo muy concreta, que invita —aunque sea entre líneas— a diluir los límites entre vida personal y vida profesional como condición necesaria para materializar las ideas y alcanzar el éxito. Una lógica que no todos los contextos culturales ni personales pueden, ni deberían, asumir sin matices.

En resumen, el libro viene a decir que la acción, la perseverancia y la ordenación conducen a la resolución, que para obtener resultados hay que implicarse y exponerse. Y es cierto: funciona. Pero no aporta nada especialmente nuevo para quien ya trabaja desde el proyecto —sobre todo por encargo— y no desde la ocurrencia.

Recomendable, eso sí, hacerse con unas cuantas libretas si se decide poner el método en práctica.

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Diciembre 2025