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Durante mis años de experiencia como diseñador industrial y como director de un departamento de desarrollo he podido vivir en primera persona la evolución de las inversiones destinadas a los nuevos productos y al desarrollo.
A partir de la perspectiva que nos da el tiempo podemos observar que el cambio en este sentido ha sido abismal.
Posiblemente todos los cambios que se han ido produciendo a lo largo de estos años y que han modificado el tratamiento de las inversiones en desarrollo están estrechamente ligados con otras coyunturas mucho más generales, ya sean de mercado, industriales, tecnológicas, de competitividad, de externalización, etc...
Es cierto que el mundo ha cambiado mucho en las últimas décadas y por ende sus sistemas de mercado, sociales, económicos, organizativos y empresariales. Todo se mejora y se agota así que todo está en constante movimiento. Y la gestión del diseño industrial, en este caso el estudio de las inversiones, también.
Para entender mejor la secuencia en que la industria ha venido invirtiendo en I+D fijaremos un ejemplo en base a un presupuesto de inversión (de una PYME) de 180.000 Euros para el desarrollo de una silla.
Finales de los 80, principios de los 90
En este tramo debemos reconocer que las inversiones, desde un punto de vista económico y de rentabilidad, solían ser malas. Muy malas. El diseño industrial por extensión, en la mayoría de los casos, también reflejaba esta mala praxis planteando productos apenas optimizados.
El presupuesto para desarrollo se solía agotar contratando recursos excesivamente caros porque no se contrastaban rigurosamente las posibilidades (ninguna) que podían suponer un ahorro.
Pero, ¿Para qué se iba a perder el tiempo en contrastar presupuestos?. En las empresas "entraba" dinero, había liquidez y la desgravación y la financiación permitían no tener muchos problemas para ir aumentando, año tras año, las partidas presupuestarías. Parecía que todo se hacía bien. Todo se vendía, el dinero se movía y las empresas crecían.
Se solían derivar paquetes de inversión de forma automática a proveedores conocidos y “Partners” habituales sin atender nuevas oportunidades. Esto provocaba, por norma, que las inversiones estuvieran poco relacionadas en realidad con el valor final obtenido en el proceso de desarrollo. Y aunque se invirtieran 180.000 Euros en el desarrollo de una silla esto no significaba en absoluto lograr mejores costes en el propio producto y/o una optimización de los procesos. El mercado era receptivo y el coste del producto, siempre y cuando generara beneficio, no importaba. El diseño industrial por desgracia se sometía sin mucho pudor a esta dinámica.
Gran parte del presupuesto se destinaba a moldes, a procesos muy caros, materiales o componentes del futuro producto, acabados elitistas, etc...
Por aquel entonces a las PYMES todo les cuadraba porque se hacía cuadrar y la norma era:
- "No puede dejarse nada en caja porque el próximo año las partidas presupuestarias serán entonces menores".
Cabe decir que las PYMES pagaban enormes precios por unos moldes que tenían un coste también enorme. La locura de los mercados hacía difícil establecer un coste medio de mercado en la contratación de estos servicios y productos porque todo estaba sobrevalorado.
De hecho gran parte del problema que ha llevado al sector de los moldes, por poner un ejemplo, a una dura y completa reestructuración durante estas décadas ha sido intentar mantener este tipo de costes a lo largo de los años. Los proveedores también crearon estructuras mastodónticas que posteriormente han pesado en exceso.
En resumen. En ese tiempo las PYMES tenían X dinero para derivar a un producto y lo agotaban todo sin buscar opciones de optimización porque los mercados lo absorbían todo.
A su favor si podemos decir que fue una época que propició enormes y rápidos crecimientos empresariales.
Los años 90
La época de bonanza que se abría bajo nuestros pies no ayudó a cambiar la forma desmedida de invertir que imperaba a finales de los 80 pero un nuevo factor si que modificó algo la ecuación.
La dura competencia asiática (principalmente) que empezaba a marcar los mercados obligó a que las inversiones (aunque aun muy desmedidas) buscaran presumiblemente un abaratamiento en los procesos de forma que incidieran en el producto y por ende en su precio de mercado. Ahora se debía, en principio, competir en un umbral más bajo de coste.
Ahora los 180.000 Euros, aunque se agotarán nuevamente al completo en un único desarrollo, si buscaban lograr, teóricamente, un producto a un mejor coste.
Pero se produjo un error de estrategia. Es cierto que las inversiones iban dirigidas a la creación de productos sin apenas manipulación y fabricados con procesos automáticos con materiales económicos. Se pensaba en recursos más automatizados pero a la fin tampoco se lograba esa optimización, basicamente porque el diseño industrial tampoco la planteaba. Los productos acababan en realidad saliendo al mercado a precios poco competitivos vs esa incipiente competencia. Podemos decir que fue una época con cierta intención de cambios aunque existía demasiada inercia de tiempos pasados que lo imposibilitaba.
Pero entonces, ¿Cómo se defendía el resultado?. Muy fácil. Al principio de la década esta incidencia asiática, que aun se veía algo lejana, se suplía con el convencimiento de que el sobre-coste de los productos fabricados aquí respondía a la calidad lograda y la oportunidad de adquirir un producto mucho mejor. Los mercados y las sociedades en general, sumergidas aun en esta bonanza y amparadas bajo este principio, eran permeables a pagar esos precios desmedidos. Un error.
Finales de los 90 y primeros años del 2000
Aquí la cosa empieza a cambiar de verdad.
Muchos de los proveedores habituales que siguen teniendo precios elevados ya pesan mucho en las inversiones y las PYMES estan aobligadas a buscar más para lograr precios más competitivos. Se busca un ajuste porque las empresas empiezan a disminuir sus beneficios y todo el dinero saliente debe ahora justificarse.
Empieza la búsqueda de posibilidades más económicas para rentabilizar mucho mejor las inversiones. Así que si en los 90 derivábamos 180.000 Euros aun a un único molde de inyección (cosa muy común por aquel entonces) ahora en el nuevo milenio se buscaba que por ese precio pudieran desarrollarse más moldes y por extensión más productos.
Obviamente esto motivó variaciones importantes en dos sentidos:
- Uno es que muchos proveedores tuvieron que reducir considerablemente los márgenes y los costes para poder concursar en las inversiones.
- Otra es que empezaba a ser habitual la búsqueda de ciertos recursos en los países originarios de esta situación, es decir se buscaba ahora mejores precios de procesos, moldes y materias en Asia, los países del Este, etc..
Esta nueva dinámica de una inversión X para lograr el mayor número de productos nos permitía tener año tras año un catálogo más abultado con nuevas colecciones. La competencia no deja en esta época tener un gran éxito o éste se convertía en pasto de la copia. La estrategia era tener más productos a partir de una menor inversión y además vender poco de cada uno para lograr el mismo beneficio en su conjunto.
Ya no bastaba gastarse ese dinero en un único producto sino que ahora con ese coste debíamos ser capaces de fabricar un par o tres de modelos. Es una época en que se diversifican las posibilidades. A pesar de ello, la estrategia aun es errónea. Tener más productos no es la solución. La solución real pasa en garantizar que éstos sean lo suficientemente competitivos.
Segunda mitad de la década del 2000 hasta nuestros días
Hoy, con una crisis atroz, las inversiones no solo son más escasas porque la financiación que se disfrutó durante los 80, los 90 y parte del 2000 es hoy inexistente (por mucho que algunos lo nieguen) sino que además con ese menor dinero invertido hoy si estamos obligados a lograr un producto más económico.
Hoy el poco dinero que disponen los departamentos de desarrollo se destina, quiero pensarlo, de forma coherente y prudente al desarrollo de elementos, procesos y medios que permitan mejores costes. Hoy el mercado ya no es capaz de procesar aquellos productos de antaño.
Durante los últimos años se ha venido produciendo un ajuste enorme en todos los sectores y hoy la gran mayoría operamos de forma muy similar. Gastar dinero con cabeza e intentar extraer el máximo rendimiento.
El diseño industrial ya no puede ser especulativo porque ya nada lo es. Y debe, sobre todo para aquel que se sometió anteriormente al mercado y al contexto, volver a ofrecer posibilidades reales a industria.
El futuro a corto plazo es claro. El dinero escasea y las empresas, muy tocadas, deben ser muy prudentes a la hora de invertir. Esto no significa que no deba invertirse, esto sería un suicidio, sino que estas inversiones deben estar sometidas a una clara estrategia de I+D que debe ser mucho más rigurosa y además ir encaminada a la subsistencia de la empresa y del mercado.
Hoy el diseño industrial, El Dpto. administrativo, la dirección, el Dpto. comercial y hasta los operarios de cualquier empresa deben remar en el mismo sentido y con el mismo grado de compromiso y esfuerzo para llegar a puerto. Podemos reconocer que es muy duro actualmente tras venir navegando en un océano de bonanza donde el viento movía las velas y el barco sin apenas energía se movía. Es duro pero no imposible.
Quizás estos últimos párrafos representen el camino que teníamos que haber seguido siempre; buscar los mejores y más económicos recursos allá donde se hallen y lograr la máxima optimización para permitir el mejor coste del producto, pero cuando las cosas van bien nadie se preocupa del futuro. ¿verdad?.
Pienso que nunca es tarde si la dicha es buena. Y que debemos, y así creo que muchos lo hemos hecho, aprender de estas tres décadas para extraer conclusiones que nos permitan prevenir el futuro y mejorarlo desde el presente.
Noviembre 2011